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ESTILO Y VIDA

¿Somos o nos hacemos malos?

Por: LN. Laura Sánchez Flores
Terapeuta especialista en cognición, lenguaje y biodescodificación
sanlauris@hotmail.com

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Gran pregunta que ha preocupado mucho a los científicos y a todo aquel que sufre situaciones de agresión y violencia. Y, en estos tiempos, es tan común enfrentarse a este tipo de sucesos, ya sea vivenciados en la propia persona o escuchados a través de los medios de comunicación.

La naturaleza humana puede ser buena y mala, creemos en la existencia del bien y el mal y todo entra en alguna de esas dos categorías. Las posturas que predominan son dos: se nace malo o se vuelve uno malo. Dos puntos de vista opuestos, pero tienen algo de verdad. Habría que iniciar por diferenciar agresivo y violento.

La agresividad es un instinto, un conjunto de patrones de actividad que se manifiestan cuando nos sentimos en peligro. Por ejemplo, si a un niño le quieren quitar su dulce, reaccionará de manera agresiva. Las reacciones bruscas se expresan ante una situación que ataca el sentido de propiedad. Teorías filosóficas dicen que tendemos a ser egoístas como parte de la supervivencia. La violencia, en cambio, es cuando usamos la fuerza para conseguir algo o someter a nuestra voluntad y dominar a otra persona. La finalidad es dañar, no defender lo propio.

¿Qué va a marcar la diferencia entre una u otra conducta? El desarrollo de la personalidad, que se forma por dos aspectos principales: temperamento y carácter.

El temperamento son las reacciones que tenemos, la manera natural de relacionarnos con el entorno. Presenta factores genéticos, aunque no existe un gen de maldad, como dice la doctora Feggy Ostrosky, neuropsicóloga e investigadora de la UNAM. Estos genes son influenciados por neurotransmisores cerebrales, serotonina, dopamina y norepinefrina, que regulan el estado de ánimo.

El carácter es aprendido, tiene que ver con los valores morales y las reglas sociales del lugar donde nacimos y nos desarrollamos. La personalidad puede tener muchos componentes agresivos, pero dependerá del carácter el que se llegue a la violencia y se desarrollen conductas de maldad. Las emociones son procesadas de manera diferente en individuos violentos y no necesariamente criminales, simplemente maridos que golpean a su mujer e hijos, policías que ejercen abuso de autoridad.

Hay tres etapas en las cuales podemos desarrollar conductas violentas, a los 3 años (berrinches), entre los 6 y 8 años (iniciación a la lecto-escritura) y entre los 11 y 13 años de edad (la necesidad de pertenencia nos hace incluirnos en pandillas).

En estas etapas el contacto con experiencias de violencia y abuso a nuestra persona pueden producir un gran estrés y hacer que nuestro cerebro no desarrolle la maduración necesaria para generar un buen temperamento, por el contrario, nos lleva a producir un carácter violento. Por lo cual, es importante motivar acciones que produzcan neurotransmisores que regulen las emociones.

Si nacemos con un sentido moral para distinguir las acciones buenas de las malas, propiciemos la empatía y la compasión hacia el otro, para optar por una personalidad justa y libre de violencia.

Mi abuela decía: “sálganse a hacer ejercicio para que no tengan malos pensamientos”, pero éramos buenos chicos, no entendíamos por qué lo hacía. Sabia mujer, años más tarde, estudios científicos darían respuesta a mi interrogante, el entrenamiento físico genera neurotransmisores que proveen lo que el cerebro necesita para madurar hacia conductas positivas.

Aquí dejo varios consejos para apoyar en la educación de los hijos y ayudarles a hacer una personalidad inclinada hacia el bien:

Precisar las normas, ayuda a comprender las consecuencias de los actos, expresarlas con claridad es de suma importancia.

A cada conducta adecuada, dar un incentivo emocional, por ejemplo: un reconocimiento verbal, “que bien lo hiciste”. Esto será un refuerzo positivo. Motivar al ejercicio y la actividad recreativa, para crear convivencia saludable con el entorno.

Ojalá te sirvan estos consejos, son un granito de arena en la creación de una sociedad más sana y libre de violencia. No somos totalmente buenos ni malos, conviene luchar por la bondad para convivir y conservar un mundo en armonía.