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El campo geomagnético y tú

Por: Gabriela Vargas
Primera asesora de imagen en México; especializada en superación en el trabajo, comunicación, imagen, autoestima y mujer
@gaby_vargas

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El hombre de campo sabe cuando va a llover, cuando va a haber una helada y cuando es momento de cosechar la avena. Ha desarrollado una percepción sensorial del lenguaje sutil de la tierra, una conexión que los citadinos hemos olvidado. La conexión con el planeta es una fuente de energía importante. Estamos fuera de sincronía, quizá debido al exacerbado consumismo, las pantallas o una llana preocupación constante por el yo en vez del nosotros.

Sin embargo, a pesar de lo anterior, creo que todos en algún momento de la vida hemos sentido un vínculo especial con la Tierra, con lo inexplicable, quizá cuando hay luna llena o durante un eclipse o debido a un sismo, eventos que nos producen determinados sentimientos. De hecho, cuando pasamos mucho tiempo en ciudades de concreto, de manera intuitiva sentimos una carencia. Pero ¿estas sensaciones son una realidad o son resultado de nuestra imaginación?

La realidad es que la afectación es mutua. El campo geomagnético de la Tierra nos afecta tanto como los terrícolas lo afectamos a él. De acuerdo con el científico Rollin McCraty, del HeartMath Institute, la ciencia confirma que cuando se producen perturbaciones importantes del campo geomagnético, las personas sufren desde alteración del sueño y dolores de cabeza hasta epilepsia, trastornos mentales y cardiacos. De la misma manera, los siete mil millones de habitantes del orbe generamos una energía colectiva que produce un "clima de conciencia" determinado, el cual afecta el campo electromagnético del mundo. Veamos.

Nuestra Tierra es "bañada" con campos electromagnéticos de manera constante, mismos que afectan y conectan a todos los organismos vivos, incluidos los seres humanos. Es decir, todos nadamos en un campo vibratorio común y cada uno de nosotros contribuye a ese campo vibratorio con pensamientos, emociones e interacciones, de acuerdo con la Global Coherence Initiative, organización que tiene sensores diseminados en siete distintos países, que día con día miden las variaciones de dicho campo geomagnético.

¿Pero qué es el campo geomagnético? Nada más y nada menos que lo que nos mantiene vivos. Surge de los polos debido a las aleaciones de hierro fundido en el núcleo de la Tierra; su influencia se extiende miles de kilómetros fuera de la misma, hasta encontrarse con el viento solar. Es una especie de escudo invisible de energía que nos protege del exceso de radiación solar. Es gracias a ese campo que muchos animales orientan sus travesías, tal como las brújulas guían la navegación.

Lo interesante es que ese campo está formado por líneas (seguramente en el bachillerato lo comprobaste al poner un imán debajo de arena magnética y ver que se formaba una línea o la forma del magneto). Dichas líneas pueden actuar como las cuerdas de una guitarra: vibran al jalarlas. Cuando el viento solar las empuja a millones de kilómetros por hora en un día tranquilo, sucede lo mismo. La tensión en la cuerda es lo que marca la nota. Las líneas de la Tierra son muy largas, por lo que tienen una frecuencia muy baja. Una de las principales líneas de resonancia tiene una frecuencia de 0.1 Hertz, la cual coincide de manera exacta con la frecuencia de los animales –nosotros incluidos–, en un estado de coherencia.

Cuando el corazón entra en un estado de coherencia, es decir, en un estado de armonía y gratitud interior, la vibración del ritmo cardiaco adquiere una frecuencia de 0.1 Hertz. ¡Igual a la frecuencia de la Tierra!

¿Cómo se relaciona o qué significa esto?

La naturaleza tiene una sabiduría implícita que no hemos acabado de comprender. La sabiduría no sólo pertenece a los seres humanos. También se encuentran en la naturaleza misma, hay que buscarla y encontrarla para darnos cuenta de que somos un fractal de la misma.

Me parecen fascinantes las fotografías en las que se compara el iris del ser humano con una nebulosa en el espacio o la de la formación de venas en una hoja con nuestro sistema circulatorio, ¡son iguales! Y qué decir de las líneas que se pueden observar en un tronco si se le hace un corte transversal y nuestras huellas digitales o bien las ramificaciones de árbol con la formación de nuestros bronquios y alveolos pulmonares.

La semana pasada comenté sobre el campo geomagnético que, de acuerdo con el científico Rollin McCraty, de la Global Coherence Initiative (GCI), cuando el corazón entra en un estado de coherencia, es decir, en un estado de armonía y gratitud interior, la vibración del ritmo cardiaco adquiere una frecuencia de 0.1 Hertz. ¡Igual a la frecuencia de la Tierra! Lo que me parece maravilloso.

Mas el asombro no termina. Hay otras frecuencias geomagnéticas conocidas como resonancias Schumann, que fueron nombradas así gracias al alemán Winfried Schumann que las descubrió a mediados del siglo XX. Son ondas magnéticas entre la Tierra y la ionosfera que conforman una especie de burbuja de jabón alrededor del planeta. Hay ocho de ellas y se miden con 14 sensores distribuidos alrededor del mundo.

Lo interesante es que la primera frecuencia de resonancia Schumann es de 7.8 Htz por segundo, igual a la frecuencia de las ondas cerebrales de los humanos y los mamíferos. Mas las ocho frecuencias Schumann se superponen con las distintas ondas del cerebro: Theta, Alfa, Beta y Gamma. ¿No es increíble?

Ahora, el campo electromagnético que radia nuestro corazón se puede medir a una distancia del cuerpo de hasta tres metros; es decir, es enorme en comparación con las que radia el cerebro, que se pueden medir sólo a unos tres centímetros.

Entonces, no es casualidad que dicha proporción de frecuencias entre nuestros órganos y sistemas principales sea la misma que oscila entre los principales sistemas geomagnéticos en la Tierra: las resonancias Schumann y el campo geomagnético que surge de los polos, hasta encontrarse con el viento solar.

Estudios llevados a cabo durante diez años, publicados en febrero de 2018 en Scientific Reports de Nature Magazine, por el mismo McCraty y Mike Atkinson, demuestran que la actividad geomagnética y la solar afectan al sistema nervioso autónomo (SNA) que controla 90 por ciento de las funciones del cuerpo humano.

Por lo tanto, no debe sorprendernos que numerosos ritmos fisiológicos en los humanos y en el comportamiento global colectivo se sincronicen con la actividad solar y la geomagnética, pero que además las disrupciones en esos campos afecten de manera adversa la salud y la conducta humanas.

Cuando los dos sistemas, el del planeta y el nuestro vibran en la misma frecuencia, esto es, cuando hay armonía en nuestro estado natural, es fácil transmitir información y entrar en sincronía con esa inteligencia inherente de la Tierra que nos llena de energía e incide en nuestra percepción de la vida.

Los estudios de la GCI también comprueban que basta tener 15 minutos al día de esa coherencia cardiaca creada por el amor, la gratitud y el aprecio para que nos sincronicemos fisiológicamente por las siguientes 24 horas con los ritmos de la Tierra.

Así que, si deseamos salud y energía, entremos en sincronía con la sabiduría inherente del planeta.