Es claro que en este mundo del año 2021 existe un vacío de poder. Ya no es el mundo de la Guerra Fría. Este fue uno violento que padeció guerras de baja intensidad entre los que se incluyen la represión a los movimientos estudiantiles en las décadas de los 60 y 70; las guerrillas latinoamericanas; los cruentísimos enfrentamientos tribales africanos de la era “poscolonial”; las amenazas de Ronald Reagan, o las de Breznev, o las de Margaret Tacher; el régimen militar argentino y sus atrocidades; la guerra de las Malvinas; las noticias sobre los bombazos en Beirut, el enfrentamiento entre árabes e israelíes, Yasser Arafat y la Organización de Liberación de Palestina; la OPEP y los problemas del petróleo y la gran crisis económica de los años 70.
Cuando desapareció la Unión Soviética y el mundo se vio enseñoreado por los Estados Unidos vencedores, estos, estrenando su poder uniglobal, se lanzaron a una campaña (ahora a la distancia lo podemos comprender) de intervención sistemática sobre Medio Oriente, una de las regiones en donde el vacío provocado por la desaparición de la potencia comunista creó el espacio suficiente para que los estadounidenses lo considerasen como terreno mostrenco y entraran a saco en él. 30 años hace de ello.
Hoy el orbe se ha transformado significativamente. Muchos, graves y sordos conflictos ocurren en el planeta, porque ahora hay otro vacío de poder. El de los Estados Unidos que, tras cuatro años de un gobierno mediocremente llevado por Donald Trump, tiene ante sí un mundo en donde poderes económicos y militares están resurgiendo ahí donde la nación de las barras y las estrellas fijó los objetivos de su política exterior desde hace décadas y, al mismo tiempo, se han generado gran cantidad de conflictos que van desde los atropellos que cometen unas naciones contra otras (como es el caso de Israel con respecto a Palestina, o el caso de Turquía con respecto a Irak y Siria) hasta las cruentas guerras civiles (Siria, Yemen). El Medio Oriente, que nunca ha dejado de ser arena de combate, ahora se apresta a ver accionar a viejas potencias que reivindican sus “papeles históricos” regionales, todo en nombre de los intereses económicos de cada uno de los responsables.
La primera potencia que atrae nuestra atención es Turquía, por el papel tan preponderante que ha adquirido como principal artífice de tensiones militares en la región. La razón es que está surgiendo, en esa nación de religión islámica, pero de cultura turca (que no es lo mismo que la persa iraní o la árabe o la siria) un fenómeno de reivindicación histórica denominada neotomanismo. Esta ideología reivindicadora de la grandeza del Imperio Otomano se asienta a partir de que políticos de ideología musulmana llegan al poder en 2002, siendo representados por el actual gobernante de ese país, Recep Taypp Endorgan, líder del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). Desde la llegada de Endorgan, los graves conflictos que ocurren en algunas de sus fronteras se han visto motivados por los propios turcos, quienes buscan pretextos para iniciar enfrentamientos bélicos.
En su parte europea comparte frontera con Bulgaria, con quien tiene relaciones pacíficas a fortiori, ya que los búlgaros se avinieron a construir una costosa valla erizada de púas, de tres metros de alto, a lo largo de 190 kilómetros, para evitar que los migrantes que llegan desde las zonas conflictivas de África, Irak y Siria puedan entrar. Los roces con Grecia tienen origen histórico y son directos. Comparten fronteras terrestre y marítima a las que se agrega como foco de conflicto la isla y república de Chipre (que, a su vez, tiene que lidiar con la existencia de una denominada República Turca de Chipre, surgida a partir de la ocupación militar turca de 1974). Bordeada por el Mar Negro, en el Norte, y con Georgia y Armenia, en la zona del Cáucaso, frontera continental, a raíz de la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, se formaron varias naciones-estado independientes, pero de cultura turca (Azerbaiyán, Uzbekistán) que se han avenido a representar el papel de protegidas del régimen de Ankara. El problema lo constituye la República de Armenia, la primera nación cristiana del mundo, enemiga odiada de todas las naciones túrquicas de las cuales está rodeada. Hacia el Este tiene fronteras con la república hermana de Azerbaiyán, que tiene un conflicto militar directo con Armenia por la región de Nagorno Karabaj, bajo la autoridad azerí, pero de cultura mayoritariamente armenia. También en el Este comparte frontera con su gran rival cultural y político, la siempre persa Irán, y al Sur con Irak y Siria, en las cuales ha intervenido militarmente, ya que en la frontera entre ellas ha sido zona de conflicto militar donde se involucran organizaciones fundamentalistas, tales como Isis y otras, y donde habita la comunidad minoritaria de los kurdos, cuyas milicias han participado en numerosos atentados terroristas. Como se verá, la política exterior turca reconoce como tradición histórica la existencia del imperio otomano, por lo que, acudiendo de nuevo a la historia como subterfugio retórico, vuelve pragmática una agresiva política exterior en la cual las reservas de petróleo del Cáucaso, por ejemplo, están en juego, y cuando hay negocio potencial, otros aparecen rondando la zona.
¿A qué zona nos referimos? A la que recorre Túnez, Libia y Egipto, y que se extiende hasta el ya mencionado Cáucaso. El neotomanismo de Endorgan se topa con la reivindicación francesa de ser una potencia mediterránea, y Francia es garante histórica de Grecia. Asimismo, en la guerra civil libia, los franceses apoyan abiertamente al gobierno de Fayez al Sarraj, quien trata de crear un gobierno secularista, resistiendo a los yihadistas autodenominados los Hermanos Musulmanes. Los intereses franceses en Libia son acordes a los de su socio de facto, Rusia, quien, como potencia garante del Cáucaso, incide de forma directa en la política transcaucásica al ser la valedora directa de Armenia. El neotomanismo no es indiferente ante el crecimiento del gigante ruso, y los franceses no están dispuestos a arriesgar sus inmensas inversiones en África del Norte, concretamente en Túnez que, junto con Egipto –potencia regional–, se niega a admitir la intromisión más creciente de Turquía en la zona.