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PANORAMA INTERNACIONAL

Corea del Norte y el terror

Por: MHA. Carlos Tapia Alvarado
Historiador egresado de la UNAM y CEO de la Consultoría para la Reflexión Epistemológica y la Praxis Educativa “Sapere aude!
@tapiawho

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Sin mencionar su milenario proceso, la historia moderna de Corea comienza en 1910, cuando el imperio japonés ocupó la totalidad de la península de Corea en agosto de ese año. Durante la Segunda Guerra Mundial, los Aliados prometieron la independencia a los coreanos si estos se armaban en contra de los japoneses. En agosto de 1945, los japoneses situados al norte del paralelo 38 se rindieron ante el ejército soviético, en tanto que los destacamentos nipones al sur del mismo paralelo se rindieron ante los estadounidenses. Corea sufrió de inmediato los efectos de la recién comenzada Guerra Fría, y como ocurrió con Vietnam o Alemania, se le dividió en dos, y cada parte fue adjudicada a uno de los polos del nuevo orden: la del Norte quedó bajo la influencia comunista, y la del Sur bajo la “protección” de los Estados Unidos.

En agosto de 1948 el presidente Syngman Rhee proclamó la República de Corea, que estaba poblada por 21 millones de surcoreanos. En septiembre del mismo año, el presidente Kim Il-sung dio nacimiento a la República Democrática de Corea, que en ese momento contaba con 9 millones de habitantes. Ya establecidos los dos gobiernos, que se adjudicaban el dominio total de la península, se iniciaron las tensiones que llevaron al estallido de la famosa Guerra de Corea. Ésta duró de 1950 a 1953, y en ella participaron tanto China como los Estados Unidos y un nutrido contingente de las Naciones Unidas, cada quien apoyando a su bando. Los resultados del absurdo conflicto son una amplificación de eso que se hizo evidente durante la Segunda Guerra: el sufrimiento y la muerte de la población civil, que en este caso costó la vida de dos millones de personas, en tanto que las bajas provocadas en los ejércitos fueron mucho “menores” (escribiendo esto con pudor): 140,000 chinos y norcoreanos, y 84,000 surcoreanos y miembros del ejército de las Naciones Unidas. Tras la firma del armisticio en Panmunjom, la relación entre las dos Coreas siempre ha sido tensa en grado superlativo, además de fuente de constante fricción entre los Estados Unidos, China, la Unión Soviética y Japón.

Norcorea ha sido gobernada sucesivamente por el ya mencionado Kim Il-sung (de 1948 a 1994), su hijo Kim Jong-il (de 1994 al 2011), y su nieto Kim Jong-un, desde 2011 a la actualidad. Estos siniestros personajes se han ido proclamando sucesivamente “Presidente eterno de Corea”, “Líder supremo” y, obviamente, “Comandante Supremo del Ejército Popular de Corea”. En este último caso, el resultado es evidente: el gobernante supremo, en su calidad de comandante militar, tiene el privilegio de dirigir el programa de armas nucleares.

Corea del Norte ha desarrollado su programa nuclear presumiblemente desde hace 20 años. Ya se sabe que el hermetismo del régimen norcoreano no permite establecer una fecha y un desarrollo puntual, pero suponemos que asesores rusos y chinos están detrás de la construcción de su arsenal nuclear. Como la pequeña nación asiática ha sido objeto de la preocupada vigilancia estadounidense, y asimismo de las amenazas norteamericanas de bloqueo económico en caso de persistir en su programa nuclear, Kim Jong-un, personaje sospechosamente desequilibrado, ha retado a la superpotencia realizando pruebas nucleares que han puesto en alerta al mundo entero.

Todo comienza en 1985, cuando Corea del Norte acepta firmar el Pacto de No Proliferación Nuclear, e incluso renuncia a su programa atómico a cambio de ayuda norteamericana para construir dos reactores nucleares para generar energía. Sin embargo, los científicos norcoreanos comenzarán a realizar pruebas con cohetes lanzados hacia el Pacífico, pero teniendo dentro de las zonas de vuelo de los proyectiles a Japón. Las tensiones se elevan cuando, en el 2002, George W. Bush, en uno de sus etílicos discursos, crea la figura del “Eje del mal”, constituido por los enemigos de ese momento de los estadounidenses: Irak, Irán y Corea del Norte. Como respuesta, al año siguiente, los norcoreanos se retiraron del Pacto de No Proliferación Nuclear. Las pláticas continuarán, pero el régimen de Pyongyang está decidido a tener un arsenal nuclear. En 2006 realizó su primera prueba nuclear al hacer estallar subterráneamente un artefacto de menos de un kilotón[1]. En 2009 realizan su segunda prueba nuclear subterránea. En 2013 realizan su tercera prueba, con una potencia de casi 8 kt. La cuarta prueba se realizó en enero de 2016, y Kim Jong-un presumió que se trató de una bomba de hidrógeno. En septiembre de ese año, realizaron su quinta prueba.

Tras la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, la tensión se disparó a niveles alarmantes. Dado el carácter intimidante de las amenazas del nuevo mandatario, Kim Jung-un también ha elevado el nivel de amenaza con objetivos concretos. Guam, la más grande de las Islas Marianas, territorio de Estados Unidos y sede de una importante base militar, es el objetivo expresamente mencionado por el líder norcoreano. La amenaza es indirecta también para Corea del Sur y Japón, quienes sufren la tensión internacional porque no saben de qué es capaz el régimen de Pyongyang. Ciertamente este se siente apoyado por sus dos grandes valedores, China y Rusia, pero no sabemos hasta donde están dispuestos a apoyar a un líder determinado a iniciar una conflagración nuclear. Podemos suponer que las negociaciones secretas y los cabildeos diplomáticos están en plena actividad, para salvar una situación desesperada.

Pero la pregunta principal surge ante el pasmo que resulta del ver al líder norcoreano rodeado de los generales de su estado mayor, quienes celebran como obsecuentes títeres, con exclamaciones de regocijo pueril, toda ocurrencia, palabra y acción de su comandante supremo. En lo particular, yo estoy atónito, querido lector, del ver cómo estos norcoreanos viven en un régimen que se dice comunista, pero que en verdad y utilizando la terminología marxista, viven en pleno Modo de Producción Asiático, donde el gobierno lo detenta un déspota que ejerce el poder personalmente y que se considera asimismo la encarnación de una potestad casi divina (en este caso, un poder otorgado por lo que llaman el Pueblo). El aniñado líder norcoreano se regocija ante las muestras de entusiasmo de sus títeres, convencido de que se le respeta y se le quiere.

Pero ¿qué pasaría si Corea del Norte ataca algún punto? La posible utilización nuclear obedece a una lógica implementada por las grandes potencias: se tiene a este tipo de arma como una forma de DISUACIÓN y no como un arma ofensiva, lo cual quiere decir que si alguien utiliza un arma nuclear, estará sometido automáticamente a una respuesta de igual o mayor magnitud. El misil norcoreano con el que probablemente se daría el ataque sería el Hwasong-12, un artefacto que teóricamente tiene un alcance mayor a los 3,000 km. Si el misil fuese armado con hidrógeno en lugar de plutonio o uranio, sería un arma letal para todos los habitantes de la pequeña isla. Pero si eso ocurriera, ¿qué tan dispuesta está la Fuerza Aérea Norteamericana para lanzar un ataque nuclear? El hecho de que se ataque a un país que tiene frontera con China y con Rusia sentaría un hecho peligrosísimo para ambas naciones, por lo que no están dispuestas a permitir que su molesto aliado sea agredido por los estadounidenses.

La actual crisis diplomática, pone al mundo frente al horror que implica iniciar una escalada que, en algún momento, se liberará del control que todavía puedan tener sobre los acontecimientos mandatarios, diplomáticos y estados mayores. Si estos pierden el dominio de los hechos, el caos y la muerte sentarán sus bases en este convulsionado mundo.

[1] En términos breves, un kilotón (kt) es equivalente a un mil toneladas de TNT, en tanto que un megatón (Mt) es equivalente a un millón de toneladas de TNT. Las bombas nucleares norcoreana, hasta ahora, no rebasan la potencia de 10 kt. Sin embargo, el hecho de que ahora el material nuclear sea hidrógeno y no plutonio, hace más peligrosas estas nuevas armas, por la capacidad destructiva del primer elemento mencionado.