INICIO | CÁTEDRA
CÁTEDRA

Masculinidades. ¿Qué es el patriarcado?

Por: MHA. Carlos Tapia Alvarado
Historiador egresado de la UNAM y CEO de la Consultoría para la Reflexión Epistemológica y la Praxis Educativa “Sapere aude!
@tapiawho

Share This:

Este texto no es respuesta a la “resaca” causada por las conmemoraciones de la #8M y #9M; es poner en perspectiva un tremendo torbellino de fenómenos que se nos hicieron brutalmente presentes, a nosotros, el mundo masculino, a partir de que, en un país donde se mima al macho violento, de pronto se nos hizo visible, a través del único par que tiene en este universo, la mujer, ella, como signo, ella, como comunidad, ella, como la pareja y compañera de la vida y ellas como parejas; ellas como las hijas, ellas como las estudiantes, ellas como las amigas y como las colegas; ellas, las asediadas, las humilladas y las anatematizadas. Ellas, como una sola, con todo el dolor de ser madres e hijas asesinadas, con todo el coraje contra el macho y su sinónimo homicida [constructo ideológico elaborado desde lo imaginario-violento, tipo que deposita en su víctima, a la que cosifica, todo el odio proveniente de su vida psíquica rota, y cuyo rol puede ser representado también por mujeres con las mismas experiencias que ahora ejecutan: los caminos no son unilaterales], lanzaron un YA BASTA que, al mismo tiempo, es una tremenda llamada de atención para despertar del dogma patriarcal, dicho sea así de sencillo, y para forjar un mundo mejor.

Estos movimientos se hicieron en un país como México, en donde el amor romántico ha convertido a la mujer en, literalmente hablando, la Malgré-tout de Contreras, que se ostenta como arte. La lógica sobre la que está construido el patriarcado se está resquebrajando, y hace falta una voluntad consensuada y guiada por la inteligencia de los dos únicos seres que en este mundo garantizan la reproducción de la vida, la mujer y el hombre, para tener la certeza de que existe un futuro mejor. Deberíamos de estar agradecidos como generación, porque se nos presenta una crisis, y como especie tenemos las herramientas para afrontarla.

Soy profesor y, a lo largo de dos décadas, he crecido con jóvenes y sus gustos son distintos a los míos, sí, pero se construyen, como se han construido siempre (¿?), arrastrando el destino marcado por un mundo dado y al cual han llegado para reproducirlo (como lo ha escrito Bourdieu); pero cuando comienzas a reproducir lo que de antemano está podrido, es que en nuestro entendimiento del mundo hemos llegado a degenerar, como género masculino, en una especie en descomposición que se está carcomiendo por dentro, un cáncer representado por criminales que se justifican en un mundo simbólico sólidamente fundamentado por el patriarcado. El movimiento feminista evidencia la universalidad de la relación entre la mujer y el hombre (dice la antropóloga Gicelle Barajas) y el cómo aquella relación se convirtió en simbólica cuando ella devino en bien, en una mercancía que se intercambia entre dos varones para legitimar una relación. Ese ordenamiento estructural fue puesto en duda por antropólogos casuistas que aducían que semejante dominio no puede ser tal, que, en ocasiones, dada la riqueza de la vida, se establecían relaciones más amables, tales como “arreglos” o “entendimientos”, eufemismos que disfrazan la preocupación moral de quien sabe que ha ejercido elementos patriarcales y que ha vivido de ellos. ¿Y qué es el patriarcado? No sólo se trata de un sistema de pensamiento, como si nomás de ideas se discutiera, sino de una forma de implementar el código de la cultura, en un entendimiento de la relación entre hembra y macho que se fue consolidando a lo largo de los miles años oscuros del ser humano paleolítico, y que se terminaron de estructurar en formas de pensar ya acabadas (los sistemas de creencias) hace más de ¡cuatro mil años! Cuando esos sistemas de creencias se alían (como aleación y alianza) con los productos del naciente pensamiento filosófico, entonces se da cuerpo final a lo que discursivamente se ha venido constituyendo como el dominio del hombre sobre la mujer. Entonces, si unimos en un discurso cosas como las siguientes: “Y las que cometieron torpeza de vuestras mujeres, tomad como testigos contra ellas a cuatro de vosotros, y si atestiguan, encerradlas en los aposentos y háganlas morir la muerte, o ponga Alá para ella camino” (Mahoma, El Corán, Azora IV, aleya 19), o esta otra: “La séptima es la que parece una sirvienta. Sirve a su esposo con fidelidad y humildad; sufre sin resentimiento ni odio cualquier actitud de su esposo y sólo piensa en beneficiar y hacer feliz al marido” (Buda, al definir los siete tipos de esposas, de las cuales, ésta última “es la mejor”, La enseñanza de Buda, La hermandad, Cap. II, parágrafo II, “La vida de la mujer”), y aún esta otra: “Como en todas las iglesias de los santos, las mujeres, callen en la iglesia. Porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como dice la Ley. Si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus esposos. Porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación” (Pablo, I Cor. 14, 34-35); es decir, si unimos todos estos elementos provenientes de la simbolización y la creencia con esta otra: “Y también en la relación entre macho y hembra, por naturaleza, uno es superior y otro inferior, uno manda y otro obedece. Y del mismo modo ocurre necesariamente entre todos los hombres” (Aristóteles, Política, I, 1254b7), entonces, de tal combinación resulta el argumento del patriarcado, que establece, de todas las formas posibles, el dominio (ya sea natural, religioso, moral, político, legal, educativo) del macho sobre la hembra, como dominio sexual, y del hombre sobre la mujer, como dominio cultural: “El marido debe protección a su mujer, la mujer obediencia a su marido” (Napoleón, Código Civil, art. 213). Este discurso se fraguó, repetimos, a lo largo y desde hace mucho tiempo, y como nuestra experiencia nos aparta del horizonte histórico para imponerse fenoménicamente la realidad del presente, entonces no somos capaces de comprender que, como género masculino, todos nuestros supuestos descansan en una cementera olvidada, pero anegada de símbolos anacrónicos que ¡siguen gobernando nuestra mente! Esto no es una guía para quitarse lo macho, ya que cosas y remedios semejantes no existen. Es un texto que propone al lector hombre verse (visualizarse) a sí mismo y examinarse, ya que lo que quedó claro con el #9M es que las mujeres no necesitan ni permiso ni guía ni voz ni autorización ni empatía ni simpatía para gritar a los cuatro vientos, como género, que están cansadas del abuso, del maltrato, de la violencia, del feminicidio. Lo que necesitamos todos, como seres humanos, es que a las personas mujeres no se vean violentadas ni sobajadas ni cosificadas por las personas hombres, sus iguales, pero que por cuestión de género biológico, y a través de las herramientas elaboradas por el sapiens para la simbolización, se les ha construido un gigantesco dispositivo de control, como acabamos de ver, avalado por hombres “santos”, “sabios” y por las “autoridades” (y todos se encarnan en el “marido”).

Yo sé que la fantasía del mundo presente, tan lleno de aparatejos electrónicos tan bonitos y de avances tecnológicos patentes, nos hace creer que somos modernos y contemporáneos y vemos al pasado con un dejo de suficiencia puesto que hoy lo lógico y lo racional, así como el progreso, nos sostienen, y los altísimos valores de la democracia, la libertad y la igualdad nos guían, con la frente hacia el levante, con mano segura. ¡Cuántas farsas! En un mundo donde el lenguaje científico es intraducible para el común y, por lo tanto, retraído en su coto de poder, prefiere ser él mismo que dar cara por el mundo racional en contra de los símbolos irracionales construidos y enraizados en las religiones, es necesario iniciar el cambio desde las Humanidades y desde la comprensión cabal de nosotros como sociedad. Hoy día se necesitan nuevos referentes, para construir un nuevo tipo de humanidad y de esta manera gestar una revolución. Esta, de corte generacional, tiene que luchar contra un mundo ya constituido, el que nos entregaron nuestros antecesores que, en su entendimiento de lo que es, nos educaron para reproducir patrones, no para romperlos (gracias, magisterio mexicano, gracias) y así hacer de este colectivo un negro maelstrom que amenaza con tragarse todo, si no nos ponemos las pilas. ¿Y cuáles serán las palabras clave, las piedras pinjantes sobre las cuales descansará una nueva idea de la humanidad? Rectitud, igualdad, respeto, valores que nos ahorrarán explosiones de ira y que nos librarán de someter nuestro frágil ego a la “humillación” de subordinarse al dictado de las mujeres y que más bien nos permitirán, entre otras muchas cosas, construir un ámbito de simpatía y empatía.