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El mito del uso exclusivo de las energías limpias

Por: MDC. Daniela Paz Aguirre
Maestra en Derecho Constitucional y Derechos Humanos, por la Universidad Panamericana de México
dannypaz2107@gmail.com

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La idea simplista de que las energías renovables pueden abastecer al mundo entero resulta casi infantilizada. La premisa de que el sol y el viento son inagotables y, por tanto, deberíamos encontrar la forma de utilizarlos en la vida diaria y en todos los aspectos es la respuesta simplificada para un problema más complejo.

Si bien la energía “verde” es clave en la transición energética, también lo es que la combinación de fuentes energéticas, incluyendo la nuclear y los combustibles fósiles con captura de carbono, es esencial para garantizar un suministro energético confiable y sostenible. Sin contar con que referirse a ellas como “energías limpias” es excesivo, pues el almacenamiento y la distribución generan un alto impacto ambiental en el suelo, el agua y en la salud de comunidades cercanas.

Aunque existen distintos argumentos sobre el porqué la viabilidad de las energías renovables no es alcanzable de manera inmediata, nos enfocaremos principalmente en el impacto económico y ambiental sin dejar de mencionar los desafíos de intermitencia, almacenamiento y densidad con que se enfrentan.

Por cuanto, a la intermitencia, el desafío más grande es que el sol no brilla de noche y el viento no siempre sopla y aunque existen soluciones como las baterías, crear unidades de almacenamiento está supeditado a grandes infraestructuras y a la escases de materiales raros inevitables para su creación.

Otra razón por la que no se puede depender únicamente de energías renovables es su baja densidad energética en comparación con otras fuentes. La densidad energética mide cuánta energía se puede obtener por unidad de volumen o masa. Por ejemplo, según el Departamento de Energía de EE. UU., un litro de gasolina almacena aproximadamente 36 MJ de energía, mientras que una batería de iones de litio sólo almacena 0.5 MJ por litro. Por otro lado, la energía nuclear representa una mayor densidad que la gasolina, lo que hace que sigan existiendo centrales nucleares como una alternativa confiable para generar electricidad de manera continua, sin las limitaciones de intermitencia de las renovables.

Y, finalmente, el costo económico y ambiental que se genera, pues las baterías de iones de litio son la tecnología de almacenamiento más utilizada para equilibrar la intermitencia de las energías renovables, pero lo que no hemos puntualizado es que, de acuerdo con un informe del Instituto Tecnológico de Massachussets de 2022, se estima que almacenar 12 horas de electricidad para una ciudad como Nueva York con baterías de litio costaría más de 500 mil millones dólares, haciendo que su uso sea caro e inviable para muchos países alrededor del mundo.

Además, la demanda de materiales para baterías está aumentando drásticamente, lo que genera inestabilidad en precios y dependencia de pocos países productores. Por ejemplo, China controla más del 60% del procesamiento mundial de litio, lo que le da ventaja geopolítica sobre otros países que buscan una transición renovable.

Y no menos importante es lo paradójico que resulta llamarles energías limpias, cuando se comprende que el litio, material principal para el almacenamiento, se extrae de salares en países como Chile, Argentina y Bolivia. En el salar de Atacama, en Chile, la minería consume 65% del agua disponible afectando a comunidades indígenas y reduciendo el líquido para la agricultura.

En la República Democrática del Congo, país del que se extrae más del 70% del cobalto mundial, se han documentado condiciones laborales peligrosas e incluso, explotación infantil para la extracción del metal, poniendo en riesgo miles de vidas, según lo expresado en 2021 por Amnistía Internacional. Eso sin contar que la minería del cobalto genera desechos tóxicos que contaminan ríos y suelos, dañando la salud de las comunicades cercanas.

En Indonesia y Filipinas, la extracción de níquel ha destruido miles de hectáreas de selva tropical, afectando la biodiversidad y contribuyendo a la crisis climática, además de que su refinación libera dióxido de azufre y otros contaminantes, lo que afecta la calidad del aire que respiran las poblaciones aledañas.

En conclusión, deberíamos abrir el debate sobre la obtención, almacenamiento y uso de la energía renovable, desmitificando que no hay consecuencias en su uso, pues la realidad es que las comunidades con más necesidad son las que pagan las consecuencias de las campañas políticas sobre el cambio climático y la obsesión con el uso exclusivo de las llamadas energías “verdes”.