
Al tiempo que las redes y la modernidad nos han facilitado la vida en múltiples aspectos, pareciera que simplifican también el acceso rápido a una infinidad de potenciales adicciones. Todo mundo puede acceder de manera sencilla a redes sociales y su dopamina instantánea, pornografía, compra de drogas legales e ilegales, videojuegos de todo tipo, o casinos y apuestas en línea (pero poniendo dinero muy real). No digo que ninguna de esas cosas sea, por default, necesariamente dañina, lo que es innegable es que la facilidad de acceso, sin movernos siquiera de nuestro sofá, vuelve más fácil que nunca caer en adicciones destructivas.
Se estima que en México, desde la pandemia, el sector de apuestas y casinos virtuales tiene un valor aproximado de 10 mil millones de pesos mensuales (siendo muy populares, especialmente, las apuestas deportivas). La llegada de Internet y, sobre todo, que ahora todos lo llevemos en el bolsillo mediante un smartphone ha transformado la forma en que las personas se relacionan con los juegos de azar. Aunque esta industria representa una fuente de entretenimiento y desarrollo económico, también plantea serios desafíos relacionados con la adicción, la seguridad y las implicaciones sociales.
Si bien se ha democratizado el acceso a los juegos de azar o de apuestas –como se democratizaron tantas otras cosas, no necesariamente para bien– permitiendo que personas de diferentes lugares y condiciones puedan participar, además de crear nuevos empleos, los riesgos de adicción y afectación económica de los usuarios pueden ser muy elevados. La accesibilidad constante y la naturaleza envolvente de las plataformas en línea pueden fomentar comportamientos compulsivos. Con todas las inmensas facilidades, jugadores en línea tienen mayor riesgo de desarrollar problemas de juego, en comparación con quienes asisten a casinos físicos. Esto puede llevar a pérdidas significativas, especialmente cuando los usuarios no establecen límites claros. Además, el uso de tarjetas de crédito para financiar apuestas puede llevar al endeudamiento rápido. Esto afecta no sólo al individuo, sino a su familia y seres queridos.
Que las apuestas y casinos puedan generar la adicción conocida como ludopatía, y que eso resulte destructivo para los individuos y la gente a su alrededor no es una novedad tampoco. En la mayoría de los países son industrias reguladas (y lo han sido desde hace décadas, con los casinos físicos), poniendo como muy mínimo una restricción de edad para jugar y apostar. Internet vuelve mucho más fácil “sacarle la vuelta” a esas regulaciones o acceder a sitios ilegales –con el potencial incluso de caer en aplicaciones o sitios fraudulentos, que vienen equipados con algoritmos o trucos técnicos que casi imposibilitan ganar–. Aun si una aplicación de juego opera legalmente en un país, detrás de las cortinas tecnológicas pueden existir pequeñas “trampas” para facilitar que el jugador pierda. Ante este panorama, el dicho “la casa siempre gana” se volvería no sólo innegable, sino universal y tecnológicamente imbatible.
La tecnología y la modernidad siempre son un arma de doble filo, así como existen problemas, la propia tecnología puede traer soluciones para mitigarlos. Existen los juegos en línea y su potencial adictivo, a la par que existe la facilidad de acceder a terapia vía remota (por poner un ejemplo de otro acceso que se ha democratizado, eliminando barreras geográficas) u otras herramientas benéficas. Los propios gobiernos y organismos regulatorios pueden colaborar con las empresas de apuestas virtuales de manera que contengan mecanismos para identificar comportamientos de riesgo, establecer límites de depósito y tiempo, o tecnologías de seguridad avanzadas para evitar “ciberfraudes” y robo de datos.
Como en muchos otros temas, este tipo de regulaciones desatarán inconformidades; pues vienen al costo de mi libertad personal para jugar, apostar, perder y endeudarme, si así lo deseo. En nuestro tipo de sociedad, la mayoría de la gente no quiere un “papá gobierno” dictatorial que obligue a hacer o dejar de hacer cosas con nuestro dinero en relación a juegos y apuestas, hasta el punto de infantilizarnos o de restringir en exceso. A la vez, debe existir alguna regulación y el “chiste” será, como en casi todo, encontrar el equilibrio entre la libertad personal y las normas para el bienestar público.