“Entre abogados te veas” reza el dicho, y en pasados meses incluso uno de los vengadores probó eso en carne propia. Scarlett Johansson agitó las aguas de la farándula al demandar al gigante que era hasta ese momento su empleador: Disney. ¿La causa? La supuesta ruptura de su contrato al estrenar Black Widow (película de la que es protagonista) de forma simultánea en cines y en el servicio de streaming Disney+, dando como resultado la pérdida de una potencial ganancia para ella de 50 millones de dólares en forma de bono por venta de boletos. Disney no se tentó el corazón y de inmediato hizo público el salario de la actriz –20 millones de dólares– como una forma de avergonzarla y hacerla pasar por poco empática en estos tiempos de pandemia donde no todos tenemos la facilidad de ir a las salas de proyección. Lo último que se sabe es que la empresa pidió que el juicio se alejara de los tabloides, tal vez en un afán de ser family friendly.
Como siempre que hay dos partes y dinero, los abogados no andarán lejos.
Ejemplo de lo anterior son James Gandolfini y HBO, que en 2003 tuvieron una disputa laboral. Gandolfini, que en ese momento protagonizaba The Sopranos, quería un aumento de sueldo, que llegaría a entre uno y dos millones de dólares por episodio, a lo que el canal de cable respondió con una demanda por pérdidas que ascendía a 100 millones. El pleito no llegó a mayores, pues todo se arregló en cuestión de semanas. Quién sabe, tal vez James aprendió una cosa o dos de su personaje.
Antes de que Basic Instinct 2 viera la luz en 2007, la actriz Sharon Stone demandó a los productores Andrew Vajna y Mario Kassar por un total de 100 millones de dólares. La suma comprendía, además de sus honorarios, la pérdida de ingresos para estar disponible para trabajar en dicha cinta. Si no has visto la película, no la veas; sigue con esa joya que es la primera parte y dejemos que el olvido se haga cargo del resto.
En 1996 el elenco de la serie Friends se unió para gestionar a la cadena NBC un pago de 100,000 dólares por episodio a cada uno. Lo harían de nuevo en años subsecuentes para llegar a la cantidad de $1,000,000 por episodio en la última temporada.
Y miren quién hizo algo parecido: en 2013 Robert Downey Jr. estuvo a punto de dejar el papel que lo llevó no sólo de vuelta a la vida pública, sino a la cima del estrellato por segunda vez. Si bien él recibía hasta 50 millones por su representación de Iron Man, la manera en la que sus compañeros vengadores eran tratados no era para nada de su agrado; es por ello que usó su poder en Marvel para nivelar el campo para los otros actores, algunos de los cuales recibían sueldos tan bajos como 200,000 dólares por actuación. El estudio recién creado amenazó con demandas e incluso con traer nuevos actores, pero, al final, cedieron. En esa ocasión los vengadores ganaron.
La lista podría seguir, pero la madre de todas las batallas de este tipo se libró hace casi 80 años e involucró al mismísimo presidente de los Estados Unidos. En una pelea que duró 27 años, los cinco grandes estudios de Hollywood, en ese entonces, Paramount Pictures, MGM, Warner Bros., 20th Century Fox y RKO Pictures (además de otros tres más pequeños) fueron demandados por el departamento de justicia de los Estados Unidos por prácticas monopólicas al ser dueños de la producción, la distribución e incluso de los cines en los cuales se iban a exhibir sus películas, obligando a los distribuidores que no formaban parte de estos conglomerados a comprar las cintas “en bloque” sin verlas antes. En el vaivén jurídico intervino el presidente Franklin D. Roosevelt en favor de los estudios por motivo de la depresión económica por la que pasaba el vecino del norte. La disputa, que comenzó en 1921, finalizó en 1948 con la disolución de los monopolios existentes y en favor de los ofendidos. En un giro casi cómico de la situación, uno de esos ofendidos era el emergente estudio de Walter Elias Disney.
En un mundo cada vez más interconectado es obvio que incluso los superhéroes necesitan abogados, o volverse uno de vez en cuándo (estoy viendo hacia su lugar, Sr. Murdock) –pun intended–.