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De cómo Netflix mató a la televisión

Por: Esteban Cortés Sánchez
Compositor de música para cine y director de orquesta
lecscorp.com

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Un poco de historia

Rebobinemos el cassette –si se me permite la expresión– 20 años atrás. En un mundo donde el internet daba apenas sus primeros pasos, nuestro principal heraldo era sin lugar a dudas la televisión. Este revolucionario invento vio la luz por primera vez en los años 30 del siglo pasado, y como escribiendo su propio destino, vino, si no a matar, sí a relegar poco a poco a los principales medios de difusión de aquel entonces: el periódico y la radio. Al paso del tiempo la televisión tomó un lugar importantísimo en nuestras vidas como seres humanos, era, casi literalmente, nuestra ventana al mundo. Pasó a ser un miembro más de nuestras familias, nos reuníamos en torno a ella para ver eventos deportivos, conciertos, series de televisión, noticias etc., lo primero que se hacía al despertar o llegar a casa era prender el televisor y dejarse llevar en ese viaje que se emprendía al pulsar “power” en el control remoto.

Este “acenso” no es de extrañarse. La televisión no pone la condición de saber leer como lo hace el periódico –o los libros– para disfrutar su contenido, y no pide tampoco el ejercicio de imaginación que supone el escuchar la radio. Sin embargo, y casi de manera paradójica, la televisión sí pide a las personas que hagan uso de la virtud ausente en la gran mayoría de nosotros, nuestro gran talón de Aquiles expuesto sin querer por esa insolente caja receptora: la televisión nos pide paciencia.

La televisión conlleva –o al menos lo hacía– una cantidad considerable de producción, y por lo tanto, sus contenidos nos son dados a cuenta gotas. No tenemos otra opción más que esperar por el siguiente episodio de nuestra serie favorita hasta la próxima semana, o que llegue la hora del noticiario para conocer los hechos más importantes del mundo, o al menos, la parte de él en la que nos toca vivir. La paciencia se ríe de nosotros.

Entra el internet

El internet nos ofrece inmediatez. Creo que no exagero cuando digo que la primera vez que recibimos un email, todos estábamos maravillados. No tuvimos que esperar días o semanas para recibir esas pocas líneas de texto que nos dejaban saber a veces cosas no tan importantes. A eso, le siguieron los mensajeros instantáneos. Si eres millennial, las siglas ICQ no son extrañas para ti; si no lo eres, una búsqueda rápida en google te dirá de qué estoy hablando. La posibilidad de platicar con personas al otro lado del mundo en tiempo real –aunque la verdad sea dicha, la mayoría de nosotros lo usábamos para conocer personas con intereses románticos en la misma colonia– era algo salido de la ciencia ficción, ya no hablemos del advenimiento del Smartphone.

Con servicios como Twitter en la parte de las noticias, Facebook en los círculos sociales y YouTube en el entretenimiento, las personas ahora pueden saber lo que pasa en cualquier parte del mundo en tiempo real, ya no hay que esperar por ese video clip de la estrella del momento en algún canal de paga, y YouTube ofrece contenidos bastante entretenidos GRATIS. Con todo esto, la televisión sufrió una caída en sus ingresos, pero el peor golpe para este medio de comunicación estaba aún por venir…

Entra Netflix

En agosto de 1997 en California E.U.A., Reed Hastings y Marc Randolph fundaron una pequeña empresa dedicada a la renta de DVD´s por correo con una inversión inicial de 2.5 millones de dólares. Netflix había nacido. La idea vino del modelo de ventas en línea de Amazon, el gigante comercial en línea. Cuenta la historia –aunque la verdad sea dicha es a todas luces falsa– que Hastings se decidió a dar el paso de fundar Netflix debido a una multa por entregar fuera de tiempo la película Apollo 13. Netflix “abrió” sus puertas al público el 14 de abril de 1998 con un puñado de empleados y menos de 1000 DVD´s a la renta. Pero ésta no es la parte de la historia que nos interesa. El crimen que hoy nos ocupa tuvo lugar en dos partes, dos momentos cruciales que definieron el entretenimiento como lo conocimos en un periodo increíblemente corto de tiempo.

El primero de estos momentos fue cuando Netflix dejó de ser una empresa solo de renta de DVD´s y comenzó a proveer contenido en línea. Este fue el golpe mortal a la televisión. Por primera vez en la en historia de la T.V. ya no había que esperar para ver nuestra serie completa. Las mismas personas de Netflix se han referido a esto como “nuestras series son como leer un libro, todos los capítulos están ahí. Si quieres puedes ir directo al final y ver cómo acaba, o ver todos los capítulos en un solo día. Depende de ti”. Al diablo la paciencia.

Series completas han saltado desde entonces al catálogo de Netflix, series que tienen desde 20 años hasta 20 días, y cada vez se suman más a esta casi literal biblioteca virtual.

“¿Y cuál fue el segundo golpe?”, se estarán preguntando. El golpe de gracia fue lo que conocemos como Contenido Original.

En febrero de 2013 Netflix estrenó House of Cards, su primera serie original. Fue la primera serie en ganar Emmy´s por un episodio distribuido en línea –websodio– entre los que se incluyen mejor dirección en serie dramática a David Fincher y mejor cinematografía para una serie de una sola cámara a Eigil Bryld. Netflix demostró casi de inmediato todo el potencial que había en la producción de material original que no obedecía a las restricciones que por tantos años había impuesto la televisión convencional –como lenguaje y escenas explícitas– y que es mucho más rentable de lo que se podría haber pensado. El mundo recibió esto con los brazos abiertos.

En México los dos gigantes televisivos, Televisa y Tv Azteca han sentido muy de cerca los efectos de cómo la gente poco a poco se ha ido mudando hacia los contenidos virtuales. La prueba está en sus constantes ajustes de personal y programación, así como en su caída en ratings y en la bolsa debido a la fuga de publicidad, todo por una falta de visión en su momento para prever el alza de los servicios digitales, servicios a los que quisieron entrar de manera muy apresurada con apps como Blim o Claro Video en el caso de América Móvil, pero con contenidos que están aún muy lejos del gigante californiano.

Hoy en día la publicidad la generamos nosotros mismos, los consumidores, con comentarios, likes, pero sobre todo, con los consabidos memes, que son imágenes con algún texto burlón en ellas, pero que tienen el poder de volverse virales solo con compartirlas. Este tipo de publicidad es la publicidad de hoy en día, y es increíblemente buena: si haces un contenido de buena calidad, todos lo sabrán de inmediato y se lo dejarán saber al mundo, prueba de esto es la reciente serie –también de Netflix– 13 Reasons Why, que consiguió una increíble publicidad debido a Twitter y Facebook, y, en un mundo donde tienes que convencer al publicista de que tu producto es bueno porque él mismo es el consumidor, el margen de error es muy pequeño, y las producciones de calidad mediocre serán juzgadas y desechadas cada vez más rápidamente.

Netflix no está sólo en el mercado de servicios de streaming (así es como se les llama a los servicios de “televisión” vía internet) CBS All Acces, Hulu, iTunes, Crackle son solo algunos de los “canales” de los cuales ya se puede disfrutar, por supuesto pagando un costo de suscripción. Los contenidos originales se están convirtiendo más y más en la norma, lo que es una excelente noticia para todos los jóvenes creadores que antes encontraban las puertas cerradas en las grandes compañías y que han encontrado su nicho en los contenidos de la web.

Netflix mató a la televisión por la falta de adaptabilidad de esta última a los cambios cada vez más vertiginosos de nuestros tiempos. Ahora los consumidores les decimos a las compañías qué es lo que queremos ver, y las compañías escuchan, no tienen otra opción. En un país donde la televisión dictaba las normas sociales, políticas y hasta religiosas (“Dios está en la T.V.” dijo en una de sus canciones Marilyn Manson), el hecho de que ahora la gente sea la que ordene lo que quiere ver es un cambio de paradigma que nadie se esperaba, una especie de revolución desde la “televisión” con contenidos cada vez más diversos que nos muestran diferentes maneras de ver las cosas, haciendo evidente que no hay una “única manera” de cómo algo deba de funcionar. La supervivencia del más apto –como dijo Darwin– alcanzó a la televisión y por ende, indiscutiblemente a nosotros. Ahora la pregunta es ¿Qué sigue? El Rey ha muerto, larga vida al Rey.