Eran vidas paralelas: la empresa no cambiaba de rumbo y lentamente moría; el director tampoco cambiaba sus hábitos y gestionaba igual a su empresa. Los dos iban a la baja y nada parecía detenerlos.
A la empresa habían llegado consultores de todo tipo, pero nada había cambiado. Se les tachaba de no conocer bien al negocio y dar recomendaciones erradas o incompletas. El director, a su vez, contrariado y desanimado, había visitado varios doctores y psicólogos, pero nada había cambiado. Él insistía en que estaba abierto en probar cosas nuevas y juraba ser creyente de la innovación, pero la realidad es que es mucho más difícil cambiar un hábito que hacer algo nuevo. Le costaba trabajo aceptar que él fuera el principal saboteador del cambio.
Es que nuestros hábitos nos manejan a nosotros en lugar de nosotros a ellos. ¿Cuándo vamos a aceptar que la mayoría de lo que hacemos es inconsciente, automático y que rara vez lo cuestionamos? La batalla más grande de toda la vida es la lucha contra uno mismo. Esa lucha por dejar de hacer algo vs. hacer algo nuevo; una guerra entre lo que es y lo que se quiere ser; o quizás debería decir: entre lo que ya no se quiere ser contra lo que podría ser.
Otra forma de verlo está representada por la batalla mítica entre San Jorge y el dragón, que es, sin duda, una metáfora de la lucha diaria de uno mismo contra su ego. El que vence a su ego, coinciden la mayoría de las corrientes espirituales, trasciende a la nueva vida. O como decía el romano Publio Sirio: vence el que se vence.
La inercia es como un monstruo que lentamente sabotea al cambio. Cada cambio que hacemos nos causa un desgaste de energía adicional, al tiempo que la rutina es un factor de eficiencia. La familiaridad cuesta menos trabajo, cuando menos en el corto plazo. Por eso la frase "más vale malo conocido que bueno por conocer". Si se analiza con calma, la frase es bastante irracional: ¿cómo es que va a ser mejor quedarse con lo malo que abrirse a conocer lo bueno?
En momentos de presión, buscamos alivio en lo establecido y nos refugiamos en lo estandarizado, en lo de siempre. Pareciera que psico-biológicamente existe un mandato de minimizar la energía adaptativa y aferrarnos a lo que ya tenemos, a no arriesgar, a no enfrentarnos a la ansiedad que un nuevo emprendimiento conlleva. ¿Cómo lidiar con el hábito, cómo combatirlo o, mejor aún, usarlo a nuestro favor? El esquema conductista, propuesto por B.F. Skinner, a base de reforzamientos positivos y negativos, suele ser el más socorrido; es decir, castigas al "no-cambio" y premias al "sí-cambio". Pero estudios recientes en la plasticidad del cerebro sugieren una vertiente alternativa: no solo utilizar la teoría del reforzamiento, sino apuntalarse en uno de enfoque sistémico.
Este enfoque consiste en reiteradamente estar abordando, preguntando y conversando sobre el cambio deseado. Cambiar la narrativa predominante es quizá el primer paso para el cambio de conducta. Por ejemplo, si una persona decide dejar de fumar o moderar sus alimentos, entonces la atención y el apoyo de la gente que está cerca de ella es vital para mantener enfocada a la persona y a la meta vigente. Su compromiso tiene que ser público, no privado.
Si una empresa decide hacer una estrategia, entonces los indicadores y métricas se establecen alrededor de eso; pero sobre todo las conversaciones y su frecuencia. Un director que entiende esto, sistemáticamente pregunta sobre el objetivo, convoca a juntas del tema, reconoce a los que lo están logrando, ayuda a los que no, y a base de estar duro y dale sobre lo mismo, el cerebro de alguna forma se configura alrededor de esa nueva dirección.
Al final del día, la actitud no cambia la conducta, sino la conducta es la que cambia a la actitud.