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ARTE Y CULTURA

A Walter Benjamin le gusta esto

Por: MDG. Irma Carrillo Chávez
Maestra investigadora UASLP
@IrmaCarrilloCh

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La inquietud por el estudio de la inteligencia humana y sus posibilidades ha dado pie a múltiples interrogantes: ¿cómo se define la inteligencia? ¿En dónde se encuentra ubicada? Aunado a este hecho, no nos hemos detenido ahí, buscamos la forma de ser más inteligentes o, lo que es peor aún, que alguien haga el trabajo por nosotros. Recientemente se ha suscitado una serie de debates en torno a la famosa inteligencia artificial (IA). Si buscamos una definición sencilla a este término, encontramos que se puede afirmar que es la potenciación de la inteligencia humana a través de medios tecnológicos.

Es natural ver ahora cómo los algoritmos determinan nuestros campos de conocimiento o ver pasar a un jeque árabe siendo custodiado por un guardaespaldas robótico. Estos hechos me recuerdan a Asimov y sus leyes de la robótica: un robot no causará daño ni permitirá que un ser humano sufra; cumplirá todas las órdenes que le dé el ser humano y se protegerá a sí mismo a menos que no se puedan cumplir las dos primeras leyes. La IA puede tomar decisiones lógicas sin apenas percatarse de las emociones que puede suscitar, sin embargo, es capaz de “visualizar” las posibles consecuencias al tomar determinadas decisiones.

Otro aspecto por abordar es el hecho de que las máquinas “aprenden” comportamientos humanos, las reacciones que estos puedan producir es lo que acarrea el famoso principio de singularidad en el cual afirma que llegará un momento en el que las máquinas podrán pensar por sí mismas; ya hemos visto la profusión de literatura distópica que este principio genera. En el caso del arte, es otra cosa. Hace ya algunos años se subastó la primera “obra de arte” generada por la IA: Retrato de Edmond de Belamy. El algoritmo utilizado para su creación fue la firma del “artista” y el resultado se subastó en una conocida casa de subastas por poco más de 8 millones de pesos. ¿Cómo funcionan estos algoritmos? Uno de los integrantes del colectivo ObviousCaselles Dupré— menciona que “el algoritmo se compone de dos partes, por un lado, está el Generador, por el otro el Discriminador. Alimentamos el sistema con un conjunto de datos de 15 mil retratos pintados entre el siglo XIV y el XX. El Generador crea una nueva imagen basada en el conjunto, luego el Discriminador intenta detectar la diferencia entre una imagen hecha por el hombre y una creada por el Generador. El objetivo es engañar al Discriminador para que piense que las nuevas imágenes son retratos de la vida real. Entonces tenemos un resultado”. Esta narración resulta inquietante porque ha suscitado en toda la comunidad tanto de artistas como de comunicadores gráficos, ilustradores, fotógrafos y profesiones relacionadas una gran indignación, ya que la IA es alimentada con estilos, composiciones o técnicas propias de cada artista y luego se comercializa mediante una aplicación.

La naciente controversia generada a partir de la comercialización de la IA ha propiciado que pensadores como el joven filósofo Markus Gabriel afirmen que las obras de arte son únicamente el resultado de individuos autónomos y que jamás una máquina podrá igualar a la mente humana. Sería interesante saber qué opinaría el filósofo alemán Walter Benjamin de estar vivo.