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PANORAMA INTERNACIONAL

La nueva ruta de la seda: one belt one road. Conectando mercados y economías a través de Eurasia

Por: DA. Javier Rueda Castrillón
Analista económico en diferentes medios; autor de artículos sobre política y economía
jruedac@me.com

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Imagina un mundo donde el comercio y la conectividad fluyen a lo largo de una red gigante de rutas que unen Asia, Europa, África y más allá... La utopía moderna es una realidad, el proyecto ambicioso no esconde la enorme visión que pretende consolidar la posición de China como una superpotencia global.

La iniciativa OBOR, abreviatura de One Belt One Road (Un Cinturón-Una Ruta), es, sin lugar a dudas, un plan audaz. China, bajo la dirección de Xi Jinping, aspira a transformar el paisaje económico y geopolítico de Eurasia y más allá; la proyección económica china está llena de estrategia, el gigante asiático se perfila como el gran socio capaz de fomentar el crecimiento en regiones occidentales del país con planes que aseguran el acceso a recursos vitales.

La construcción de puertos marítimos y el desarrollo de una red de infraestructuras para conectar su economía al mundo confirma la convicción de liderazgo… no podía ser de otra manera, como réplica del siglo pasado, los buques chinos son conscientes de su conquista al navegar desde la costa este de China hasta el Mediterráneo a través del Canal de Suez.

Los mares dan paso a rutas terrestres que establecen un dominio estratégico sobre vastas regiones, un control de guías comerciales con acceso a materias primas capaces de poner en tela de juicio la geopolítica actual. En un nivel global, la influencia de China en la región del Mar del Sur es motivo de inquietud, la inversión multimillonaria necesaria para la construcción de estas infraestructuras genera preguntas sobre la sostenibilidad financiera del proyecto y la transparencia en sus relaciones comerciales.

Los países que forman parte de esta iniciativa entienden a la perfección su incapacidad para generar empleo y mejorar la conectividad, carentes de crédito y llenos de deudas insostenibles, la dependencia de China representa el menor de sus problemas.

China no esconde su poder y presume su capacidad construyendo islas artificiales, puertos y pistas de aterrizaje en arrecifes, actos provocativos que no han tardado en despertar inquietudes  en una Unión Europea que no entiende la negación de aceptar los fallos de arbitraje vinculantes. Mientras la Convención de las Naciones Unidas se pronuncia sobre el Derecho del Mar, China parece mostrar poco o ningún respeto por este sistema, lo que dificulta la resolución pacífica de las tensiones que afectan a rutas marítimas vitales.

Para poder lograr la conexión infalible entre las lejanas tierras de Fujian y Nairobi, la tecnología ha sido el acelerador perfecto. China es una humedad que se ha filtrado en todas las áreas, entendiendo como la navegación tecnológica permite la gestión de datos que, como una mina de oro, ponen en tela de juicio la ética y discreción política. Impulsada por Huawei, la futura red en telecomunicación 6G es el canal perfecto para China y la evidencia de cómo ha sabido leer el futuro, mientras Estados Unidos y países europeos saben que las enormes lagunas en su privacidad obligan a cuestionar bases fundamentales sobre la seguridad de la información… ¡China tiene el poder!

La resolución pacífica de conflictos y la protección de la seguridad de la información se convierten en prioridades clave para la comunidad internacional en este escenario. Las implicaciones para el orden internacional son profundas, la actitud asiática debería ser motivo de preocupación para todos los países, aunque todo el mundo sabe que nadie se pone con Sansón a las patadas. Asia conquista África y guiña el ojo a Europa; Estados Unidos es una meta lejana, pero no imposible; actos como el fallido Dragon Mart cancunense podrían volver a repetirse como muestras de poder en un mundo de locos.