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PANORAMA INTERNACIONAL

¿Por qué Chernobyl?

Por: MHA. Carlos Tapia Alvarado
Historiador egresado de la UNAM y CEO de la Consultoría para la Reflexión Epistemológica y la Praxis Educativa “Sapere aude!
@tapiawho

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Tras la horrible decepción que resultó ser la temporada final de Game of Thrones, HBO lanzó como respuesta al trauma mediático una serie que, suponemos, debería de tener para los ejecutivos de la cadena una fuerza emocional igual de impactante o superior a la que tuvo la exitosísima saga de espadazos basada en la obra de George C. C. Martin. Y la mejor forma de hacerlo fue recurriendo a una combinación de factores que, en su conjunto, fueron tomados de la realidad histórica del presente (ya que lo ocurrido apenas fue “ayer” y hay una memoria viva del evento), y por eso mayor terror infunde el comprender, a partir de esta ficción televisiva que representa una interpretación de la realidad, que, aunque interpretación y todo, el fenómeno existe.

El 26 de abril de 1986, a la 1:23 de la mañana, debido a una desafortunada prueba del reactor realizada por su equipo de ingenieros, la Unidad 4 de la Central Nuclear “V. I. Lenin” sufrió una doble explosión que reventó el techo del propio reactor, dejando al aire los resultados de una reacción nuclear incontrolada. El hecho, desde luego, obliga al preocupado curioso a buscar más información sobre accidentes nucleares graves. Y resulta que sí los ha habido, siendo el más reciente el gravísimo accidente de la central nuclear de Fukushima (marzo 2011), ocurrido a partir del impacto provocado por un terremoto y un tsunami –hijo de aquel– que causó una tragedia ecológica comparable a la de la central ucraniana.

Hoy día existen 454 centrales nucleares funcionando al tiempo que se construyen 54 más. Todo uso pacífico de la energía nuclear es avalado por el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), creado en 1957, año en el que también se firma el acuerdo por el cual la nueva entidad trabajará al lado de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la coadyuvará “para impulsar la paz y la cooperación internacional, en conformidad con las políticas de las Naciones Unidas para profundizar en el establecimiento de un desarme controlado a nivel mundial y en conformidad con todo acuerdo internacional concertado en aplicación de dicha política”, como se menciona en el sitio www.un.org.

La declaración que justifica la existencia del organismo deja entrever la profunda preocupación de los políticos y diplomáticos sobre los ominosos riesgos de la energía nuclear. Las buenas intenciones de la OIEA se basan en la genuina preocupación que causa la energía nuclear, pero por su parte los estados poseedores de armas nucleares (Rusia y Estados Unidos, seguidos de lejos por Francia y China, y más remotamente por pequeñas y peligrosas potencias: Israel, India y Pakistán), hasta ahora, han efectuado cerca de 2 mil pruebas con bombas atómicas, generando una contaminación y fenómenos que ya están causando estragos en el planeta.

Nunca se había manifestado de forma tan dramática la dicotomía de este ser humano pretendidamente moderno, pero con dogmas fuertemente enraizados de manera inconsciente en los sistemas de creencias que no sólo le sirven para creer que existen paraísos y demás fantasías ideales, sino que también fundamentan todos los símbolos que funcionan como aglutinantes para la creación de una “identidad nacional”, de una “idiosincrasia de los pueblos” tan cara a las mentes romántico-decimonónicas, pero que no entienden nada de cómo funciona el mundo de la física ni de sus partículas. Es decir, la ciencia se ha disociado de la realidad. ¿Por qué? Porque en su conjunto la sociedad vive con un nivel de conocimientos sobre lo que es el mundo muy pobre y parcial, y el discurso científico todavía es patrimonio de unos cuantos notables cuyas figuras se alzan, incólumes, ante las ingentes cantidades de ignaros que pueblan este planeta. Pero los sabios no se avienen con la colectividad, sino con aquellos que comparten su misma naturaleza. Y la mayoría de la gente vive su vida sin ni siquiera reflexionar sobre su cotidianidad, no dejándose interrumpir por todo lo que considera como elitista y prestigioso, entremetiendo en ello lo que dicen los científicos. No se sabe, a nivel colectivo, la mecánica del funcionamiento de un átomo o de sus partículas más pequeñas, sin embargo, todo mundo, todo aquel que ha alcanzado en estado de razón, sabe lo que significa el estallido nuclear. Las tragedias de Chernóbil o Fukushima nos recuerdan cuan pequeño es el poder del ser humano para controlar fuerzas que descubrió y no sabe controlar de manera absoluta. La gente sabe lo que puede ocasionar un estallido atómico, y las 454 centrales funcionando hasta el día de hoy representan un peligro latente porque siempre estarán expuestas al error humano, principal motivo de todas las tragedias antiguas y recientes que han padecido las mujeres, los niños, los ancianos y los hombres de este mundo. Si hemos demostrado que somos todavía unos seres ingenuos manejando fuerzas que se nos pueden escapar de las manos tan fácilmente es porque existe la real preocupación por la presencia de esas centrales nucleares.

Desde 2009 se celebra, cada 29 de agosto, el Día Internacional contra los Ensayos Nucleares, fecha que pretende hacer más visible (y quizá por eso, más consciente) el terror que implica una detonación nuclear. Desde octubre de 2013, y según la resolución a/res/68/32 de la Asamblea General de la ONU, cada 26 de septiembre fue declarado como el Día Internacional para la Eliminación Total de las Armas Nucleares, dando así por entendido que un grupo de notables diplomáticos tuvieron la iniciativa de clausurar la época de las detonaciones nucleares totalmente, mediante un Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares, propuesto y firmado desde 1996, pero que por desgracia no ha sido ratificado por los principales poseedores de arsenales atómicos: Estados Unidos de América, Rusia, China, Israel y la India, entre otros.

Sí, hay un ambiente internacional para moderar el uso de las armas nucleares, pero se insiste en hacer plantas nucleares para generar electricidad, como creyendo que una central nuclear es fuente de energía interminable y símbolo del más avanzado progreso. Las 454 centrales en funcionamiento generan cerca de un 11% de la energía eléctrica total del planeta, lo cual es poco comparado con el enorme costo que involucra el tener reactores nucleares en funcionamiento permanente. La energía eólica, la energía solar y otras alternativas más limpias no se toman en cuenta porque políticamente no son tan impresionantes como la energía nuclear, porque toda tecnología que involucre átomos también potencialmente significa la elaboración de armas nucleares.

En México existe la Planta Nuclear de Laguna Verde, en Veracruz. Fue puesta en funcionamiento, después de un muy cuidadoso proceso de instalación de los reactores y los materiales radioactivos, en 1990, al cual siguió la puesta en función de un segundo reactor en 1995. Se encuentra bajo la autoridad de la Secretaría de Energía, a través de su órgano desconcentrado, la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias. La planta es propiedad de la Comisión Federal de Electricidad, y produce el 3.2% de la energía total del país. Aún cuando se han generado numerosas especulaciones en torno al funcionamiento de nuestra planta nuclear, el riesgo de un accidente es relativamente bajo. Sin embargo, su sola existencia causa permanente preocupación entre la población. La sombra de Chernobyl se extiende sobre nuestras mentes cuando nos detenemos a contemplar la central nuclear veracruzana, pero quizá luego se nos olvida a la vista de unos camarones al ajillo y una cerveza.

Es propio de la época de capitalismo global en la que vivimos hacer presente siempre todo riesgo ominoso que implique peligro para la humanidad, porque, así como existe la confianza ciega en la ciencia aplicada para obtener beneficios, también se da el hecho de que nos atraen las hipótesis apocalípticas que hablan del gran fracaso de la búsqueda de la felicidad por parte de los seres humanos. Pero hay países que tranquilamente pueden destruir al planeta con la utilización de un cuarto de su potencial nuclear. Preocupante.