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ESTILO Y VIDA

MIGAJEROS: Cuando la mente normaliza quedarse donde no hay pan, pero sí esperanza.

Por: Nora Itzel Sierra Altamirano
Estudiante de Psicología
nora.si@strategaconsultores.com

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“Lo que estás sintiendo no está mal, tampoco es un error, solo es parte de tu experiencia humana.”

¿Te ha pasado que te quedas en una relación donde recibes poco, y aun así te cuesta soltar? ¿Sabes que no estás recibiendo lo que mereces, pero no encuentras la fuerza para irte?

Si alguna vez has sentido que te conformas con migajas emocionales, esto es para ti.

Recientemente se ha puesto de moda un concepto al que llamamos “migajeros”, una adaptación coloquial para referirnos a alguien que acepta recibir el mínimo afecto de amor de parte de otra persona. Lo típico de estas situaciones es que no construyen una relación sólida, pero despiertan esperanza, y es precisamente la ambivalencia, la ambigüedad y la intermitencia lo que aumenta los niveles de dependencia y esa ilusión de tener el amor ideal imaginado.

Es ese "te quiero" que llega solo cuando te estás alejando, ese "perdón" que no cambia conductas, pero te mantiene con esperanza de que un día sí; ese "no sé qué quiero", que te mantiene ahí mientras el otro sigue recibiendo lo mejor de ti. Estas “migajas” no son amor: son refuerzos emocionales intermitentes, escasos, impredecibles, adictivos, y aquí te lo explico.

¿Qué pasa con quien acepta migajas emocionales?

Las personas que aceptan poco amor no lo hacen por masoquismo ni debilidad. Pueden haber diferentes cosas que lo estén propiciando. A veces pasa que tienen dolor emocional que no quieren volver a vivir, como rechazo, abandono, humillación, o están fusionadas con pensamientos como estos:

“Esto es lo único que puedo conseguir.”

“No me quiero quedar sola/o.”

Estos pensamientos claramente no son la verdad, pero la mente los repite tanto que los volvemos nuestra realidad y, entonces, la persona actúa para evitar el dolor, no para acercarse a lo que realmente le importa.

Sí, pero… ¿por qué acepto migajas?

Porque, en el fondo, no solo estás buscando amor: estás buscando sentir que vales, que importas y que alguien te elige.

Cuando crecemos en contextos donde el afecto fue escaso, impredecible o condicionado, tu mente pudo haber aprendido esto:

“Sí me quiere, solo no sabe cómo demostrarlo.”

“No soy suficiente para que alguien me quiera de verdad.”

“Quizá estoy pidiendo demasiado.”

Además, la mente humana tiene un sesgo hacia evitar el dolor inmediato, y aceptar migajas —aunque duele a largo plazo— calma de manera momentánea el miedo a estar sin compañía, al vacío o al rechazo.

Aceptar “migajas” no es una falla de carácter, es más una forma aprendida de sobrevivir emocionalmente, lo cual merece validación, no juicio.

Pero, ¿por qué, si sé que no está bien, lo sigo haciendo?

La respuesta a esa pregunta es: porque saber lo que se hace no implica poder actuar siempre de forma diferente.

Se puede saber que no estás haciendo lo mejor que deberías para ti y, aun así, estar atrapada/o en pensamientos como “si me voy no encontraré a alguien mejor”, o enredado/a en emociones confusas como soledad, culpa o miedo.

Y algo más profundo que todo eso es estar en conflicto con lo que deseas emocionalmente y lo que valoras racionalmente.

Tu mente puede decir: “¡Esto no es sano!”, pero tu cuerpo y tu historia emocional gritan: “¡No lo/a pierdas, quédate, lucha!”

Desde otra perspectiva donde podemos hablar sobre la conducta, sabemos que todos estos comportamientos se mantienen gracias a refuerzos intermitentes, lo cual suele ser más complicado de extinguir. En este caso, la persona recibe refuerzos afectivos mínimos, impredecibles y esporádicos, o sea, las “migajas”, que pueden ser un mensaje, una atención breve, una promesa no cumplida, llamadas, un regalo, etc.

Estos refuerzos intermitentes mantienen la conducta de esperar o quedarse, porque el cerebro se engancha a la posibilidad de recibir algo bueno, aunque sea poco y ocasional.

Quedarse con migajas emocionales es una conducta fuertemente reforzada por intermitencia, sostenida por pensamientos fusionados y evasión emocional. La clave está en crear nuevos aprendizajes y reforzamientos que permitan romper el ciclo, con aceptación del dolor y compromiso con los valores personales.

Aceptar migajas no te define, solo muestra que hay una parte de ti que necesita ser vista, cuidada y validada.

Y sí, salir de este comportamiento es un proceso que requiere tiempo y paciencia.

Pero también puede ser el inicio de algo mucho más profundo, como una relación contigo mismo/a basada en dignidad, valor y amor verdadero.

No siempre se está listo del todo para cambiar, solo necesitas estar dispuesto/a a empezar a caminar hacia lo que mereces, aunque sea con miedo.

Pero… ¿y si yo soy el que da las migajas?

La conducta del que da las migajas también tiene una función.

Dentro de todo este patrón de relaciones, también tenemos la otra cara de la moneda, que es la persona que se encarga de dar lo mínimo. Pero ¿por qué?

Esto podemos explicarlo entendiendo que toda conducta tiene una función psicológica, es decir: no se da al azar.

La persona que da migajas emocionales no siempre es fría o manipuladora. Quizá ni siquiera lo sepa, pero muchas veces esa conducta es una forma de protegerse de sus propios miedos y malestares, aun sin ser consciente de ellos.

Dan afecto a ratos porque eso les permite mantener la conexión sin comprometerse del todo, por su miedo a establecer relaciones serias, y al mismo tiempo reciben el refuerzo de saber que la otra persona sigue ahí, sin importar qué, y sin tener que exponerse demasiado.

Si da un poco, evita que el otro se aleje… pero sin sentirse invadido.

¿Y ahora qué? ¿Se puede romper este ciclo?

Por supuesto, tanto quien acepta como quien da migajas pueden transformar su manera de vincularse.

Si eres quien las acepta, puedes hacer esto:

  • Detecta pensamientos que te atrapan (“esto es lo mejor que puedo tener”).
  • Acepta tus emociones difíciles sin dejar que estas te dominen.
  • Conéctate con tus valores, haciéndote preguntas como: ¿qué tipo de amor quieres realmente?

Da pasos pequeños pero comprometidos hacia relaciones más coherentes con tu dignidad.

Por otro lado, si eres el que da migajas:

  • Pregúntate qué emociones estás evitando. ¿Te da miedo ser vulnerable? ¿Confiar? ¿Ser visto? ¿Sentir demasiado?
  • Analiza si tus pensamientos te están protegiendo o te aíslan.
  • Piensa en el tipo de persona que quieres ser en el amor y actúa desde ese lugar, aunque duela, aunque tengas miedo, ya que eso también es amor propio.

Aceptar poco no te hace débil; dar poco no te hace cruel. Ambas son formas de proteger algo muy sensible en nosotros: el miedo a no ser amado del todo.

Pero ninguna de las dos te acerca a sentirte en plenitud. Y la buena noticia es que puedes aprender, paso a paso, a amar distinto.

Ambos merecen comprensión, pero, sobre todo, merecen amor completo.

¿Te identificas en alguno de estos dos lados?