So understand
Don’t waste your time always searching for those wasted years
Face up, make your stand
And realize you’re living in the golden years
-Wasted Years, Iron Maiden
El viernes 15 de julio Netflix nos sorprendió al lanzar un gran thriller de ciencia ficción: Stranger Things. La serie, ambientada en 1983 en una pequeña ciudad de Indiana EE.UU., nos relata una historia que a simple vista parece genérica: un niño desaparece súbitamente; su familia, sus amigos y un policía local con deseos de redimirse van tras su búsqueda, sólo para encontrarse con fenómenos sobrenaturales que involucran al gobierno y a una niña extraña que infunde temor.
A pesar de ello, basta con ver los primeros minutos para quedar enganchado, por no decir enamorado. Hasta los créditos iniciales minimalistas con música synthpop de fondo, crean una atmósfera perfecta para un relato extraordinario. La intrigante historia, los personajes bien construidos, la química entre ellos, y los guiños al pasado hacen de la serie, a través de sus ocho episodios de esta primera -esperemos no la última- temporada, un fenómeno de masas y objeto de culto por fanáticos de la ciencia ficción.
Ciencia, telequinesis, dimensiones y universos paralelos convergen sin ningún problema con temas más terrenales –pero no menos profundos– como el amor, la amistad, la confianza o el acoso escolar. A pesar de que hay escenas y personajes que rayan en lo cliché o en lo predecible –robo de besos, la disputa por una chica, el deportista, el inadaptado, el nerd- no hay problema para disfrutar del espectáculo televisivo que nos exhiben, debido a su naturalidad y sincretismo.
Una buena actuación y un buen argumento hacen un buen producto, pero lo que hace realmente especial a Stranger Things es la atmósfera que (re)crea: la década de los 80. La serie está plagada de referencias a la cultura pop ochentera por donde se le observe. Lo más evidente son las películas y los directores que “la inspiran”; el imaginario creado por Steven Spielberg, John Carpenter, Richard Donner, Stanley Kubrick, Ridley Scott y George Lucas, tienen cabida en este universo fantástico. Stranger Things puede coexistir con E.T. the Extra-Terrestrial (1982), The Goonies (1985), Close Encounters of the Third Kind (1977) o Poltergeist (1982), e incluso toma prestados elementos de Alien (1979) o The Thing (1982).
Los protagonistas emprenden jornadas maratónicas de Dungeons & Dragons, y aluden a la épica novela de J.R.R. Tolkien, The Lord of the Rings (1954), así como a la obra de Stephen King, fundamental para el desarrollo de la historia, con claras similitudes a Carrie (1974), The Shining (1977), It (1986), entre muchas más. Stephen King inclusive manifestó que ver Stranger Things es ver “sus grandes éxitos” en la pantalla.
En cuanto a la banda sonora, ésta no se queda atrás, al grado de parecer “el soundtrack de nuestras vidas”. Un mixtape con temas de Jefferson Airplane, Toto, Joy Division y New Order son colocados en la continuidad de la historia sin verse forzadas, incluso llegando a tener un grado de relevancia argumental –Should I stay or should I go, de The Clash, nunca sonó tan inquietante–.
La fórmula de nostalgia es la esencia de la serie, lo que hace llegar a preguntarnos, contrario a los deseos de Marty McFly de Back to the Future (1985), si deseamos regresar al pasado.
En este año Nintendo conquistó la E3, la convención de videojuegos más importante del mundo, únicamente mostrando al público un pequeño adelanto de la nueva entrega de The Legend of Zelda, franquicia que comenzó en 1986. Posteriormente, la empresa de Kioto sorprendió a todos anunciando que sacaría a la venta su primera consola occidental en versión miniatura, el Nintendo Entertainment System (NES), con treinta de sus juegos clásicos instalados, no sin antes rematar nuestros bolsillos con el lanzamiento de su app, Pokémon GO, haciendo que todos los niños que crecimos en los 90 con la serie y los videojuegos saliéramos a la calle a cumplir con nuestro sueño de ser maestros Pokémon –por increíble que esto suene-.
En los dos primeros fines de semana de octubre, The Rolling Stones, The Who, Bob Dylan, Roger Waters, Neil Young y Paul McCartney, tocarán en Desert Trip, California, en un mega festival recorriendo sus carreras artísticas de alrededor de cincuenta años. Mientras miles de melómanos reviven a la industria de los vinilos gastando sus ingresos en discos nuevos o viejos, y desempolvando aquellas tornamesas de sus padres o abuelos.
Programas que veíamos de pequeños en la televisión y que causaron cierto impacto entre su público, tales como The Powerpuff Girls (1998), Samurai Jack (2001) o Dragon Ball (1986), regresan con nuevas aventuras, dirigidas a los niños y a los no tan niños, y The Simpsons (1989) se niegan a morir. Incluso el cine está plagado de historias de metahumanos y superhéroes, creadas hace décadas en el mundo del cómic. La saga de Star Wars regresó con una nueva trilogía a través de una cinta que es prácticamente la misma que la primera de 1977, y sin embargo nos encantó.
¿Será cierto que todo tiempo pasado fue mejor? ¿Seremos incapaces de crear nuevas historias, nuevos personajes? ¿Tenemos que recurrir a ideas que alguna vez funcionaron, esperando obtener aquellas viejas glorias? La creatividad es un concepto que alude a los procesos cognitivos más sofisticados del ser humano, siendo la novedad y la aportación dos de sus contantes, y al parecer nos estamos quedando cortos al respecto.
Desde la perspectiva de Hollywood, a partir de 1975 ha disminuido el número de películas originales que entran al top 10 de recaudación, mientras que el número de remakes, secuelas y franquicias ha ido en aumento. Como consumidores –ya sea de conocimiento o creación plástica– nos vemos en la invariable penuria de disipar en refritos: Karate Kid, Ghostbusters y Jurassic Park dominan el planeta, mientras se escuchan de fondo canciones de Queen, los Creedance y los Stones y si tenemos suerte que no sea un cover desangelado y descompuesto.
Parafraseando a Alejandro Lora y a su nostalgia del fin del siglo pasado, queremos regresar a los buenos tiempos y a los buenos recuerdos, ya que recordar es vivir y todos queremos vivir más; sin embargo, al quedar atrapados en el pasado, no podremos ver el ahora y sus posibilidades, tal como al protagonista de la novela Ready Player One de Ernest Cline –otra oda a los 80–, que piensa que en el ayer está la solución para sus problemas de hoy. Ser creativo y tener nuevas ideas es lo que nos hace humanos, por lo que debemos apostar por lo original, incluso si se está adelantado a nuestros tiempos. Que los realities de adolescentes embarazadas y ebrios consuetudinarios acaben, y que regresen los videos musicales.