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ARTE Y CULTURA

Con letras ya borradas por los años… de estampillas y cartas

Por: MDG. Irma Carrillo Chávez
Maestra investigadora UASLP
@IrmaCarrilloCh

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Pertenezco a la generación denominada “migrante digital”. Si he de confesarme, como todas las personas que migramos a algún lado, esta ha sido muy dolorosa para mí. Y como siempre, en una migración de gran magnitud, se tienen que dejar atrás los usos y costumbres menos esenciales para la vida cotidiana.

Es el caso de las cartas y, por ende, del uso recurrente del timbre postal. El arte epistolar, que muchos de nosotros tuvimos ocasión de experimentar, conlleva dentro de sí una parafernalia por demás romántica: el papel, la tinta, los sobres, el secante, el sello y el lacre dieron paso a la máquina de escribir, el papel carbón y los sobres engomados, símbolos de gran modernidad y desplazados de forma ignominiosa por la poderosa computadora.

En aquellos primeros tiempos, el timbre postal o estampilla jugaba un papel fundamental en la vida cotidiana. Era tal la recurrencia en el envío de cartas y paquetes, que las familias solían tener planillas de timbres en casa para no dar tanta vuelta a la tienda de la esquina. El primer timbre postal de que da cuenta la historia de México se emitió en 1856, toda vez que la república mexicana iniciaba el agreste periodo hacia la reconstrucción nacional, por lo que uno de los principales indicios de modernidad fue ese, regular los envíos de información y mercancías dentro y fuera del país.

Por supuesto, la efigie primordial que se eligió para tal efecto fue la del cura Hidalgo; este timbre se emitió en cinco colores diferentes, cada uno de ellos con un valor asignado que iba desde el medio hasta los ocho reales. Los medios de transporte disponibles determinaban el costo del timbre, así, había el timbre de “a pie”, “a caballo”, “carreta” y posteriormente “ferrocarril”. Se inicia entonces la era filatélica en México, la cual se define, entre otras cosas, por el diseño y las composiciones temáticas contenidas en esos pequeños formatos que constituyen un reto para quienes los diseñan.

Surge el coleccionismo, como era de esperarse, y con él, la emisión de timbres conmemorativos, los cuales abordan diversas temáticas como el aniversario del natalicio o fallecimiento de algún prócer de la historia, músico reconocido sea local o universal, o bien alguna costumbre mexicana como el día de muertos, las pastorelas navideñas o los reconocimientos a la labor de médicos y trabajadores del estado ante la presencia de algún desastre natural, los temas son muchos y diversos.

Se emiten series, algunas de ellas inolvidables para muchos de nosotros como aquella de la “vaca roja” perteneciente a la serie México exporta, la cual tuvo una vigencia de 1975 a 1993 y que fue creada por el diseñador gráfico Rafael Davidson, quien también diseñó la identidad de la serie, siendo esta un antecedente importante de aquel famoso logo de “Hecho en México”. O bien la de los juegos olímpicos del 68, atribuida a Lance Wyman. Actualmente, las series mexicanas son muy cotizadas, ya que algunos formatos son realmente diferentes, como los sellos elípticos y ovalados, o los que incluyen información en sistema Braille.

No se requiere ser muy inteligente para observar la decadencia y casi desaparición del tráfico epistolar de antaño; ahora, se albergan en el correo cuentas y ofertas comerciales y sólo las reciben aquellos que se resisten a suscribirse a los servicios “ecológicos” ofrecidos por estos comercios en Internet, sin embargo, Correos de México ha tenido que reinventarse, uniendo esfuerzos con empresas transnacionales dedicadas al envío y entrega de paquetería.

Veamos qué sucede con los nuevos formatos de entrega, tales como los transportistas asociados, otra opción de trabajo ofertada por los grandes consorcios de distribución de productos. Por favor, alguien envíeme una carta de amor.