
El nacionalismo económico se encuentra redefiniendo el escenario global y marcando el comienzo de una era caracterizada por la competencia geopolítica y económica desafiando las tendencias de globalización que han predominado desde finales del siglo XX. El presidente Donald Trump ha sido una figura central en el nacionalismo de los países, desde su campaña presidencial en 2016 ha sido un tema recurrente en su oratoria y en su visión política; pero no es el único en América, se encuentran también el presidente de Brasil Jair Bolsonaro y el expresidente de México Andrés Manuel López Obrador.
Por otra parte, en Europa están el líder del partido Fidesz y primer ministro desde 2010, Viktor Orbán –que ha entablado una política abiertamente nacionalista–; Mateusz Morawiecki y Jaroslaw Kaczynski en Polonia; Marine Le Pen –quien sin ser presidenta ha liderado el movimiento nacionalista en Francia– y, por último, Nigel Farage en el Reino Unido, figura clave en el Brexit promoviendo un nacionalismo británico enfocado en la soberanía y control de leyes y fronteras.
En Asia, el máximo enfoque nacionalista con un fortalecimiento de política autocrática es Xi Jinping con el “Sueño Chino”, orgullo nacional frente al globalismo liberal; le sigue Narendra Modi en India con “Make in India” y, finalmente, Recep Tayyip Erdoğan en Turquía, reafirmando la soberanía de Turquía, desafiando a la globalización, la OTAN y la Unión Europea.
En África y Medio Oriente ha sido poca la influencia nacionalista, pero existe; el expresidente de Tanzania John Magufuli implementó políticas económicas nacionalistas y limitó intervenciones de organizaciones globales para asuntos internos. En Israel, Benjamin Netanyahu se enfoca en la seguridad, expansión de Cisjordania e identidad judía promoviendo una política nacionalista para una estabilidad regional.
Pero qué significa en términos económicos y geopolíticos el nacionalismo, pues un aumento significativo en las restricciones al libre comercio, lo que indica un giro hacia políticas proteccionistas en estas partes del mundo; altos aranceles sobre productos importados, especialmente aquellos provenientes de China. Según los Estados Unidos, estas medidas protegen a los trabajadores locales y fomentan la producción nacional, sin embargo, el peso de estos aranceles recae sobre los consumidores –quienes enfrentan precios más altos– y sobre los exportadores, ya que se reducen sus márgenes de ganancia.
China ha adoptado una medida similar, implementando barreras arancelarias y no arancelarias para defender su independencia económica y tecnológica, esto ha desarrollado tensiones comerciales entre ciertos países, afectando no sólo sus economías, sino también la de otros países que dependen de sus productos y mercados para operaciones globales cruciales.
Otra característica de este nacionalismo es la iniciativa de reindustrialización, en donde los países han introducido incentivos fiscales destinados a revitalizar sectores estratégicos como la producción de ciertos productos, entre ellos semiconductores y baterías, disminuyendo la dependencia de cadenas de suministro globales y promoviendo la autosuficiencia con el riesgo de fragmentar la economía global.
China, Estados Unidos y Rusia son los países del mundo que más tienden al nacionalismo, aunque su proteccionismo y su reindustrialización pueden proporcionar beneficios inmediatos como la creación de empleo y el fortalecimiento de industrias locales, también presentan riesgos considerables. La fragmentación de la economía global podría disminuir el crecimiento mundial, aumentar los costos de producción y acentuar las desigualdades entre economías desarrolladas y emergentes. No obstante, estas tendencias ofrecen oportunidades, los países que logren equilibrar su enfoque nacionalista con acuerdos comerciales estratégicos podrían posicionarse como líderes en sectores clave. Asimismo, las empresas que se adapten a cadenas de suministro más resilientes tendrán mayores posibilidades de enfrentar los desafíos que plantea esta nueva era económica.