Cuando se trata de resiliencia, es común interpretarla como el proceso por el cual las personas o las organizaciones se reponen de una crisis retornando al estado previo a que sucediera. Justamente es esa percepción la que muchas veces hace que el proceso se vuelva imposible de conseguir y es que, a diferencia de lo que ocurre con diversos materiales, mecanismos o sistemas, en la resiliencia social el objetivo no es volver a un estado inicial, sino adaptarse, sobreponerse y reconstruirse ante una situación adversa, sacando provecho de recursos, fortalezas y oportunidades con los que se cuenta en esos momentos.
Esta inteligencia adaptativa suele transitar del plano personal al colectivo y se describe como la capacidad de responder de manera efectiva ante un contratiempo; en este punto es cuando ocurre un segundo error muy común: confundir la efectividad con velocidad, y no, un proceso de resiliencia social no posee un ritmo ideal para su desarrollo, eso dependerá de diversos factores y circunstancias. Aunque, por supuesto, siempre ayuda contar con planes de contingencia, sistemas de alerta temprana y dispositivos de respuesta que faciliten una solución inmediata y organizada.
Una estrategia efectiva de resiliencia social se divide en dos momentos clave, los procesos de identificación de riesgos y los mecanismos de gestión de crisis, ambos perfectamente coordinados para mitigar los posibles impactos negativos de una situación inesperada. Es indispensable tomar en cuenta que la recuperación de una contrariedad no es estática y que implica medidas a corto, mediano y largo plazo, por lo que se requerirá de una gestión precisa para mantener su continuidad y dinamismo; por ello es indispensable establecer sistemas de evaluación y monitoreo constante que identifiquen oportunidades de mantenimiento, innovación y cambio. Por otro lado, no hay que perder de vista que estos procesos de administración de la resiliencia social pueden ser tan sofisticados o sencillos como lo permitan las posibilidades de cada grupo u organización.
Una sociedad resiliente nutre sus dispositivos de adaptabilidad y aprendizaje continuo a partir del replanteamiento de sus estrategias y modelos de gestión, pero quizá lo más importante radique en fomentar y fortalecer sus redes de apoyo y cohesión comunitaria; como es bien sabido, el poder colectivo multiplica las posibilidades de éxito cuando se ha fundado en la solidaridad, confianza y sentido de pertenencia.
En síntesis, un proceso de resiliencia social incluye contar con estrategias de prevención y gestión del riesgo; capacidad de respuesta inmediata, coordinada y organizada; configuración de redes de apoyo y ayuda mutua; apertura al aprendizaje; establecimiento de liderazgos comunitarios y agencias; gestión estratégica de los recursos y diversificación de fuentes de ingreso; así como tolerancia y empatía con la diversidad social y cultural.
Cinco puntos clave para comprender la resiliencia social:
Es preciso cerrar estas notas recordando que las organizaciones se dividen en dos tipos: las que consideran que la resiliencia social es una capacidad que surge posterior a una crisis y las que destinan parte de su presupuesto a establecerla como una póliza de seguro, fortaleciéndola continuamente, esperando nunca necesitarla.