El día en que la selección de futbol de Japón fue eliminada por el combinado nacional de Bélgica, los miembros del equipo nipón dejaron completamente limpio y aseado su vestidor. Misma loable actitud que mostró la afición japonesa, que limpiaba los lugares de los estadios que visitó. Esto no es más que otro botón que nos muestra el talante de la idiosincrasia japonesa, que sí existe, al contrario de una supuesta idiosincrasia mexicana, triste jirón de una apariencia que no somos.
Japón, para no irnos tras el fantasma de los antiguos antecedentes, surgió como nación moderna tras la famosa revolución Meiji, proceso aristocrático que se formó para entregar de nuevo el poder el gobierno al emperador Meiji, quien ascendió al trono en 1867, al mismo tiempo que se terminaba con un tipo de gobierno caciquil conocido como shogunato. El proceso de modernización que a partir de entonces sufrió el país del Sol Naciente tendió hacia una rápida industrialización, una modernización del aparato estatal y de la burocracia y, por supuesto, una modernización del ejército imperial y de la marina de guerra imperial. Entre 1894 (año que comienza la Primera Guerra sinojaponesa) y 1945 (año en que Japón es derrotado dando fin a la Segunda Guerra Mundial), Japón tuvo un repunte espectacular, tanto que se convirtió en la potencia militar dominante del Pacífico, desafiando al poderío estadounidense. Este desarrollo vio nacer gigantes de la industria nipona: la Mitsubishi, la Nakajima, la Kawasaki. Después de la catastrófica derrota, la “generosa” intervención de los Estados Unidos en la reconstrucción del Japón, aunado con el proverbial sentido de la disciplina y del deber de la cultura japonesa, hicieron que Japón se convirtiera en una de las potencias económicas del globo más destacadas.
Hoy día, Japón es un país multifacético que tiene un influjo cultural enorme a nivel global. Su cultura es popular entre grupos sociales y comunidades que se sienten atraídos por sus mangas, sus animes, su disciplina deportiva, por su industria, por su zen, etc. Pero lo que más fascina es cómo un pequeño archipiélago puede ser la tercera potencia económica del mundo, solo detrás de los Estados Unidos y de la República Popular China.
Japón es una democracia parlamentaria con un emperador simbólico que no ejerce ningún poder, aunque nominalmente sea el Jefe de Estado. El gobierno lo ejerce un primer ministro, cartera que hoy día ocupa el sexagenario Shinzō Abe, quien gobernó en un primer momento de 2006 a 2007, debiéndose la cortedad de su administración a la pérdida de confianza de los electores con respecto a su gestión. Sin embargo, después de 2012, Abe volvió al primer ministerio dada la confianza que de nuevo los electores depositaron en él, con el agregado de que en las elecciones legislativas de ese año, el partido de Abe, el Partido Liberal Democrático, ganó también la mayoría de los escaños. De esa forma, Abe se posesionó fuertemente en el poder, de tal manera que ha puesto ahora en marcha la realización de una política exterior agresiva, de corte nacionalista y revisionista con respecto al papel del Imperio nipón en la Segunda Guerra. Es en ese tenor que Abe se ha manifestado fuertemente en contra de la política agresiva de Corea del Norte y de su líder Kim Jong-il.
Con respecto a China los acercamientos también son ambiguos, dado el nacionalismo de Abe, quien en repetidas ocasiones ha justificado la participación del ejército imperial durante la Segunda Guerra Mundial. El Primer ministro japonés sabe que la relación de fuerza militar con respecto a China está desbalanceada, por eso está decidido a revisar el estatus de las autodefensas tanto de tierra, como de mar y de aire, para convertirlo en un ejército capaz de rechazar cualquier peligro sobre el archipiélago, peligro representado por los misiles balísticos norcoreanos.
Lo que ha hecho Abe, después de la caída de la URSS y de la descomposición del antiguo orden bipolar, fue reposicionar la política exterior, antes supeditada a los intereses norteamericanos en la región del Pacífico y a las propias condiciones de la Guerra Fría, ahora se encuentra ante la problemática de hacer renacer una política de franco posicionamiento militar en su área de influencia. Las balandronadas de Corea del Norte no han hecho sino despertar una legítima preocupación de la sociedad japonesa en torno a la agresividad de los países colindantes con el archipiélago nipón.
Por otro lado está su extraña relación con la Federación Rusa, la cual implica la ocupación por parte de los rusos de las Islas Kuriles desde el fin del segundo conflicto mundial, cuando las tropas soviéticas las tomaron, después de que Stalin le declarara la guerra a los nipones el 8 de agosto de 1945 (justo entre los días 6 y 9, las aterradoras jornadas de Hiroshima y Nagasaki). En ese momento puso en movimiento al aplastante Ejército Rojo para arrebatarles a los japoneses Mongolia interior, Manchuria, el norte de Corea y las Islas Kuriles, de las cuales la más meridional mira hacia la gran isla de Hokkaido, es decir, al propio Japón. Este hecho enturbia de alguna manera las relaciones entre ambas naciones, agravado aún más porque no existe un tratado de paz que sancione la relación entre ambas potencias. Sin embargo, las relaciones son buenas en términos generales y se resignificarán a partir del encuentro entre Abe y Vladimir Putin en el Foro Económico Oriental que se realizará en Vladivostok en este mes de septiembre.
Sin embargo, para hacer palpable la gran influencia que el Segundo conflicto todavía ejerce en el Japón contemporáneo, las relaciones con los Estados Unidos, con China y con Corea del Sur, son irremediablemente marcadas por ese hecho. En el caso del primero, son cordiales a fuerza de ser necesarias. Estados Unidos, desde esa especie de virreinato ejercido por el general Douglas MacArthur, se convirtió en un socio indispensable del estado surgido en la posguerra. Digno de resaltar es que la política exterior estadounidense consideró al vencido como un socio, por lo que incentivó la reactivación de la economía japonesa, “milagro japonés” que hizo que se posicionara en el mundo a partir de la década de los años 80 como la gran potencia tecnológica e industrial que todos admiraban. Aunque las relaciones bilaterales entre ambos han sufrido altibajos serios, se considera que son buenas, aunque seriamente amenazadas por la administración Trump, empeñada en hacer de Estados Unidos de nuevo una potencia económica tipo Breton Woods.
Con China y Corea del Sur la relación está lastrada por las atrocidades japonesas cometidas durante el conflicto mundial. No es fácil olvidar las masacres de Nankín o el abuso contra las mujeres coreanas por parte del ejército imperial japonés. Tanto Beijing como Seúl ven en el renacimiento de la política exterior japonesa como una réplica de la política imperial japonesa. Sin embargo, la agresiva política proteccionista de Trump en contra de estas economías asiáticas tiende a unir a estos históricos enemigos en aliados potenciales.
Tanto la economía como la cultura y la política exterior japonesa resultan profundamente importantes en el (des)concierto mundial de hoy. Con nuestro país existe una relación histórica anudada desde el siglo XVI a través de la expansión española hacia el Pacífico. Hoy en día, Japón tiene una presencia profunda a través de su potente industria automotriz y tecnológica. Ver hacia Japón es ver hacia lo misterioso, pero al mismo tiempo, hacia lo efectivo.