Durante siglos, la psicopatía –desde diversos ángulos– nos ha intrigado. El entendimiento y tratamiento de las personas con este trastorno ha sido un tema de estudio no sólo para la psiquiatría y la psicología, sino también para el derecho, criminología, sociología y sistemas penitenciarios. Todos se entrelazan haciendo el tema debatible y sumamente “rico” en información. Lo que es un hecho es que la concepción del psicópata ha ido transformándose con el tiempo de la misma forma que su tratamiento ha ido evolucionando.
En el concepto más básico, la RAE lo define como “la enfermedad mental o anomalía psíquica por obra de la cual, a pesar de la integridad de las funciones perceptivas y mentales, se halla patológicamente alterada la conducta social del individuo que la padece”. De lo anterior, podemos dilucidar que el psicópata entiende su realidad, sin embargo, tiene cierta incapacidad emocional de sentir empatía.
La imagen habitual mostraba a un individuo solitario, probablemente desaliñado, abusado física o sexualmente por gente cercana a él, con inteligencia extrema e, incluso, se tenía como una característica infalible –para reconocerlos– la crueldad animal desde temprana edad. Hoy, los medios nos presentan a seres carismáticos, perfectamente funcionales en sociedad y hasta románticos, capaces de anticipar las necesidades de aquellos a quienes “aman” para seducirlos, atraerlos y volverlos sus “complementarios” o víctimas, pero todo esto desarrollado en un ambiente en tonos cálidos, buena fotografía y un excelente soundtrack de fondo, que termina por hacernos vulnerables y bajar nuestro sentido de alerta ante un sujeto que no siente culpabilidad por el daño causado, cual sea que este fuera.
Pero los medios no han estado tan equivocados, de acuerdo con el doctor Hugo Marietan, en su artículo “Últimas observaciones sobre psicopatía”, publicado en la revista de neuropsiquiatría clínica Alcmeon, las personas con este trastorno suelen anticipar las necesidades de alguien más porque previa y probablemente durante un largo periodo han estudiado a sus víctimas, ponen un especial énfasis en sus actividades, sus gustos, enojos y en el entorno que los rodea, esta captación de las necesidades del otro nace a razón de dos ejes principales; el primero, la mente común no puede entender la estructura lógica del psicópata y, el segundo, el psicópata tampoco entiende la mente normal. La diferencia entre una visión y otra es que el segundo se mantiene en un constante aprendizaje. De tal suerte, que estudiará y aprenderá las conductas normales, sabrá que tiene que llorar –por ejemplo– en el velorio de un ser querido, no porque sienta empatía, sino porque entiende que es lo “normal” en una situación de tal índole y a largo plazo se traducirá en una herramienta para seducir y manipular.
Es importante señalar que el complementario o víctima suele no darse cuenta de la conducta psicopática, pues es un proceso sutil y casi imperceptible, el doctor Marietan lo describe de la siguiente manera: “El psicópata es un ser especial, con gran poder de persuasión, muy instintivo y que genera, de por sí, temor para aquellos que conviven con él. Es un artista de la mentira y la manipulación. Esta manipulación no es brusca e inmediata, sino que se hace despacio y a lo largo del tiempo”.
En una sociedad que va siendo cada vez más progresista e inclusiva, aplaudo que tengan cabida las personas con trastornos y que cada vez se hable más de la salud mental en los medios, pero me parece fundamental que la información sea clara, precisa y real para que quienes los padecen no se pongan ni pongan en riesgo a las personas que les rodean.
Finalmente, creo que nada puede resumir mejor el presente artículo como el openning de la cinta American Psycho (2000): “Tengo todas las características de un ser humano: carne, sangre, piel, pelo. Pero ninguna emoción clara e identificable, excepto avaricia y aversión. Está ocurriendo algo horrible dentro de mí y no sé por qué. Mis sangrientas lujurias nocturnas están empezando a apoderarse de mí, me siento letal, al borde del frenesí, creo que mi máscara de salud mental está a punto de desmoronarse”.