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PANORAMA INTERNACIONAL

La guerra ortodoxa

Por: DA. Javier Rueda Castrillón
Analista económico en diferentes medios; autor de artículos sobre política y economía
jruedac@me.com

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Vladimir Putin es un narcisista empoderado, un villano que, desde su llegada al poder en el año 2000, ha utilizado a la Iglesia Ortodoxa Rusa como instrumento de la diplomacia del Kremlin. Atrás han quedado los valores espirituales y religiosos, el papel tradicional e histórico como instrumento de legitimación del poder político es una farsa, una hipocresía capaz de justificar la guerra en Ucrania.

El no matarás es un mandamiento obsoleto, unido a la mentira, el patriarca Kiril se ha abstenido de censurar los crímenes ampliamente documentados contra civiles ucranianos: la ira generalizada por sus nefastas bendiciones a los misiles y los soldados que ejecutaron la invasión son tema central en sermones y discursos belicistas, un aliento para todos los rusos que creen luchar contra el nuevo anticristo.

El mundo al revés, una guerra llena de mentiras que siendo descubiertas toman sentido, historias que permiten valorar el conflicto desde posiciones llenas de ventaja. Es cierto que la guerra no es tan novedosa como lo hacen ver los medios de comunicación, el ejército ucraniano y las milicias populares de las repúblicas populares controladas por Rusia intercambiaron desde el 2015 fuego de artillería, tiempo suficiente para definir planes de conquista. Tampoco cae en novedad la mafia en la que la iglesia ortodoxa está involucrada, un negocio que huele a tabaco y gas.

Mariupol y otras ciudades atestiguaron como Putin buscó ser el redentor, un Robin Hood falso lleno de avaricia y rencor, un faraón mediático que ha sabido utilizar el credo para ganar adeptos y justificar su avaricia. Kiril es el socio perfecto, es mucho más que un líder de la Iglesia Ortodoxa Rusa, un auténtico "metropolita del tabaco", ídolo de masas que presume su poderío en una Iglesia con decenas de millones de feligreses para vanagloriar al milagro de Dios, Putin…

El enmascaramiento geopolítico con la OTAN y Europa obliga a entender el comportamiento de las mafias ruso-ucranianas; Kiril huele a mafia y une su poder a la camorra del Este, un caramelo económico que concreta mil millones de dólares de ganancia anual, utilidades sucias derivadas de la exportación de estupefacientes a China, peccata minuta si lo comparamos con los ocho mil millones procedentes de la mediación en la venta de heroína afgana y los seiscientos veinte registrados por la tala ilegal de madera rusa, recurso necesario para una China que hace la vista a un lado para no decantarse en el conflicto.

La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito se ha cansado de reportar estos hechos, viendo como Rusia y Ucrania se unen en oración desde sus mafias para poner un nuevo mercado en jaque. El gas también es parte del conflicto, enfocados en una empresa de intermediación, RosUkrEnergo es el diamante negro del ruso Gazprom, un beneficio que el expresidente ucraniano Kuchma y Putin pusieron en sus manos para la transportación entre países.

La mafia ha sabido ver oportunidades de mercado, el huachicoleo no se ha hecho esperar y Ucrania se ha convertido en una zona rentable sin pago de impuestos, un paraíso en el que WikiLeaks hace su agosto soltando bombas como los acuerdos entre el embajador estadounidense William Taylor y los máximos dirigentes ruso-ucranianos.

Nadie pensó en destapar la cloaca, aquella revolución en el 2014 en la plaza de la Independencia de Kiev se disfrazó de sueños europeístas para un pueblo ucraniano esclavo de su propio pasado. Los vories, padrinos de la mafia rusa, han incrementado su poder posicionando a Crimea como punto clave del contrabando entre Rusia y Europa, el show debe continuar y el desarrollo de nuevos mercados abre posibilidades que siempre aprovechan los mismos.

Los cárteles ucranianos tienen un conflicto moral, mantener su alianza con las bratvas moscovitas o independizarse de una vez por todas, pagando el precio de una guerra para aliarse a los intereses europeos y americanos. Menudo dilema, mientras tanto el frío llega y el gas se agota, China no se define y Kiril continúa con sus discursos incendiarios predicando odio… el mundo no cambia.