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ARTE Y CULTURA

La impresión del tiempo

Por: MDG. Irma Carrillo Chávez
Maestra investigadora UASLP
@IrmaCarrilloCh

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La presencia de los calendarios en la vida cotidiana es imprescindible. Nos ayudan a saber en dónde estamos parados con respecto al tiempo transcurrido y el porvenir. Muchos comercios y negocios, normalmente de corte popular como carnicerías, fruterías, zapaterías, farmacias o tienditas de abarrotes, agradecían la preferencia de sus clientes durante el año obsequiando un calendario, que solía ser de pared. En él, se podían consultar, además de la fecha, los fenómenos meteorológicos y astronómicos del año y el indispensable santoral.

Los calendarios iban acompañados, en su estructura, por un cromo o litografía, la cual podía incluso recortarse y enmarcarse para decorar el hogar o la oficina. Los temas eran muy variados, había paisajes bucólicos, santos, advocaciones virginales –no podían faltar La leyenda de los volcanes, la Guadalupana o la conocida escena de El buen pastor– y, por supuesto, los causantes de más de un microinfarto para las familias de buenas costumbres: los calendarios de talleres mecánicos, de bicicletas o de expendedoras de gasolina o petróleo, los cuales mostraban voluptuosas damiselas escasas de vestimenta o, de plano, enseñando sus atributos como Dios las trajo al mundo. Hoy en día, esos cromos estarían dentro una clasificación sobre violencia de género para mayor tristeza de los varones.

No olvidemos tampoco el maravilloso almanaque conocido como El calendario del más antiguo Galván, cuyo nombre nos remite a aquellas imprentas decimonónicas, para mayor referencia la imprenta de don Mariano Galván, de donde salían miles de ejemplares encuadernados en rústica. El calendario de Galván se editó por primera vez en 1826 y se puede seguir adquiriendo en puestos de revistas, por lo que es considerada una de las publicaciones más constantes del país. Se podían consultar diversos datos sobre los calendarios solares y lunares, movimientos planetarios y estelares, eras y ciclos cronológicos y, en general, todos los fenómenos astronómicos del año en curso. Es importante destacar que, en la información contenida, se agregaba todo lo relacionado con fiestas, jubileos y preceptos de la religión católica, por lo que era necesario acotar en su portada que “los cultos consignados en este calendario son los que se han acostumbrado generalmente”. Además, algunas ediciones contaban las terribles historias de los martirios de los santos, por lo que era obligado comprarlo junto con el catecismo de Ripalda.

Además del de Galván, los calendarios de don Jesús Helguera eran los más esperados. Fueron promovidos por la cigarrera La Moderna, fábrica que produjo marcas como Del Prado, Viceroy o Raleigh, y requerían de un proceso de producción complejo, ya que se le daba al pintor el tema del año y él organizaba la escena como si fuera producción cinematográfica. Helguera produjo una gran cantidad de cromos, entre los que destacan, además de la mencionada Leyenda de los volcanes, los que mostraban un ideal del mundo prehispánico, como El caballero azteca y El flechador del sol, además de alegorías a la madre patria y al padre Hidalgo enarbolando el estandarte, escenas metafóricas que coadyuvaron a incrementar el llamado nacionalismo.

Los calendarios van muriendo poco a poco, se pierden en el tiempo que tanto señalaron, pero son recordados en lugares como el Museo del Calendario, en Querétaro, donde usted podrá disfrutar de un maravilloso recorrido por el pasado.