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ARTE Y CULTURA

Los “botes” de botero

Por: MDG. Irma Carrillo Chávez
Maestra investigadora UASLP
@IrmaCarrilloCh

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Recién el año pasado lamentamos la partida de Fernando Botero, artista colombiano cuya obra se caracteriza por las pronunciadas curvas en sus personajes. En un mundo donde se le rinde culto a las formas esbeltas, largas y estilizadas, Botero trasgredió la norma haciendo énfasis en las curvas ampulosas y monumentales de sus protagonistas.

La clave para entender a Botero reside en la palabra monumental. En algunas entrevistas se le cuestionaba la razón de pintar o esculpir figuras obesas, sin embargo, el artista siempre afirmó que no era que tuviera especial predilección por las mujeres obesas, sino que él consideraba que las figuras “deben tener volumen y espacio” lo que conlleva una exageración en los trazos que componen su obra. De hecho, una característica evidente es la voluptuosidad, ya que esta es motivo de gozo y el arte debe provocar un goce estético en los espectadores.

Seguramente, gran parte de esos espectadores se sintieron reivindicados ante la perspectiva del goce estético propiciado por el volumen exagerado de las obras de Botero y han sufrido una gran decepción al descubrir que la gordura no era tal, más bien una exaltación a las formas rotundas. Su estilo puede clasificarse como figurativo, pues la temática gira en torno a la vida cotidiana, animales, bodegones o situaciones como la muerte de Pablo Escobar o toreros, mujeres sexis, campesinos o sacerdotes de épocas pasadas. Botero representó todo lo representable, desde escenas de la mitología griega hasta prostíbulos con un gran ambiente en su interior.

Su pieza más famosa fue vendida recientemente por 4 millones de dólares: Hombre a caballo. En algunas de sus obras podemos encontrar un toque de humor —es el caso de la pintura Mona Lisa a los 12 años, mencionaba el autor— y en otras, el sarcasmo es el gran protagonista, sin embargo, el trabajo de Botero ha sido también motivo de provocación política, ya que a inicios de la década de los noventa realizó la escultura denominada La paloma de la paz, ubicada en Medellín, Colombia. Esta escultura fue destruida en el atentado terrorista de junio de 1995, el cual causó la muerte de 10 personas y 400 heridos. Botero realizó otra con el mismo nombre y a su lado reconstruyó la anterior con los restos de la escultura dañada, renombrándola El pájaro herido, que quedó como recuerdo de la alta ola de crímenes en Colombia.

Otra serie que causó mucha controversia en su momento fue la compuesta por 78 pinturas que representan las torturas en la prisión de Abu Ghraib a raíz de la invasión de los Estados Unidos a Irak.

Fernando Botero deja un legado indeleble en el corazón del mundo del arte, pero también para el gran público. La búsqueda de su estilo le ganó que, al paso del tiempo, se le identificara con un estilo muy propio, el llamado “boterismo”, que ahora será sinónimo de amor por lo grande, lo vasto y lo extenso, como él.