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SALUD

Longevidad humana

Por: MSP. María Jocelyn Bravo Ruvalcaba
Médica egresada de la UASLP; maestra en Salud Pública por la Escuela de Salud Pública de México, del INSP
@Ma_joshyta

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“La juventud es el paraíso de la vida, la alegría es la juventud eterna del espíritu”.

 Ippolito Nievo

Estando irónicamente sentada en la sala de espera de un hospital, leía en una revista “Todos vamos a morir. En este frente, ha habido pocos avances. Pero ¿cuándo? ¿Y cómo? ¿Y en qué condición física pasaremos nuestros últimos años?”, se pregunta la escritora Kim Brooks; llevándome a cuestionarme que sí, efectivamente, como dice la locución latina memento mori (recuerda que morirás), esta es una certeza que tenemos desde que nacemos, pero no sabemos cuándo, ni en qué condiciones; al menos un porcentaje importante de la población envejecerá, pero ¿realmente nos estamos preparando para ello?

Partamos en diferenciar dos cosas: la muerte y el envejecimiento; aunque ambos términos tienen en común la irreversibilidad, la primera es un estado invariable que puede ocurrir sin envejecimiento, mientras que el envejecimiento es un proceso que avanza influenciado por diversas variables y, en ese, sentido podemos intervenir.

Respecto al envejecimiento, nuestra especie es complicada; por un lado, algunas personas, derivado de sus condiciones socioculturales y económicas, viven el día a día sobreviviendo, de manera que no hay oportunidad de pensar en ello; por el otro, en un menor porcentaje hay quienes toman conciencia, trabajan y promueven un envejecimiento saludable; pero a otro grupo le asusta la palabra “envejecer” e, incluso, se niega, buscando aquello que les ayude a retrasar lo inevitable. De ahí que no sea raro escuchar que los científicos siguen en la búsqueda de la clave para la eterna juventud, los medios nos llenan de anuncios de cremas, geles, pastillas y múltiples tratamientos para evitar el paso del tiempo en nuestro cuerpo.

Claro está que esta búsqueda de la eterna juventud ha sido una constante preocupación de la humanidad desde sus inicios, y hoy más que nunca con los avances en la biología molecular y la genética los científicos intentan encontrar los mecanismos para no sólo prevenir enfermedades, sino retrasar el envejecimiento celular. Aun cuando la esperanza de vida se ha incrementado en los últimos años, pasando de 72.8 años en 2019 a 77.2 en 2050, lo que no se ha logrado prevenir es la aparición de padecimientos crónicos como demencia, diabetes, artrosis, cáncer, etc.

Ello ha llevado a varios investigadores desde hace unas décadas a buscar con la biología molecular los mecanismos implicados en el envejecimiento; un grupo de científicos de la Universidad de California, en San Francisco (EUA), encontraron en ciertos gusanos que la modificación de algunos de sus genes alargaba su vida. Estudios similares en ratones, murciélagos, conejos y ahora seres humanos han ayudado a establecer hipótesis que involucran al sistema inmune o a órganos específicos, como el timo.

Otro ejemplo es el proyecto que se lleva a cabo en la Facultad de Medicina de la Universidad de Northwestern, en Chicago, a través del Potocsnak Longevity Institute –fundado en 2022 y lidereado por el cardiólogo Douglas Vaughan–, sobre senescencia celular en los Amish, una comunidad religiosa en Indiana, en donde han identificado una mutación en un gen denominado Serpina-1, que parece presentar un papel importante en la longevidad y el metabolismo humanos, y puede ser la clave para el desarrollo de fármacos destinados a retrasar el deterioro celular y con ello la aparición de enfermedades crónicas.

Esto por supuesto mantiene la esperanza de encontrar tratamientos para padecimientos degenerativos como el Alzheimer, pero algo importante que ya se sabe y se fortalece en evidencia con estas investigaciones es que nuestro deterioro celular está condicionado por el ambiente, la exposición a ciertos factores de riesgo, la alimentación y la actividad física, entre otras; y aun después del daño ocasionado a nuestro cuerpo, por ejemplo, por el sobrepeso, la incorporación de una rutina de ejercicio cardiovascular y de fuerza, así como una alimentación equilibrada, pueden revertir en cierta medida esos daños, y con ello nuestra edad biológica.

Envejecer está en nuestros genes, pero hacerlo saludablemente está en nuestras manos, tan sólo registrar 8 mil pasos o más al día, en comparación con sólo 4 mil, se relacionó con un 51% menos de riesgo de muerte prematura; o cambiar a una dieta mediterránea, que incluye vegetales y frutas frescas, cereales integrales y grasas saludables y menos productos lácteos y cárnicos, se relacionó con menor riesgo de enfermedad y muertes cardiacas. Finalmente, cuidar la calidad del sueño, trabajar la memoria, reducir el estrés y aumentar la estabilidad emocional puede ayudar a envejecer sanamente.