“Si no somos corresponsables del pasado, tampoco tendremos derecho a reclamarnos legítimos propietarios del futuro”.
Fernando Savater
A finales del año 2019, en occidente se escuchaban rumores de una nueva enfermedad respiratoria en China, pero no fue hasta el 30 de enero del presente año que la Organización Mundial de la Salud (OMS), ante la identificación de un nuevo coronavirus, declaró al SARS-CoV-2 como el agente causal de una Emergencia de Salud Pública de Importancia Internacional, llegando a catalogarse como una situación de pandemia un mes después.
A estas fechas muchas cosas podemos hablar sobre las formas en que el COVID-19 (nombre de este padecimiento) afectó nuestra vida, trabajo, escuela, no obstante, considero que más que representar algo nuevo en la situación que actualmente vivimos, sirvió de parteaguas para visibilizar cómo estamos y nos relacionamos entre los seres humanos y el planeta.
La corresponsabilidad, que señala la Real Academia Española, no es otra cosa más que la responsabilidad compartida; ahora bien, ¿por qué hablar de este deber, en especial en salud pública, en estos momentos? La respuesta, aunque parezca indiscutible, no parece ser comprendida por todos, lo cual se manifiesta en la evolución de la situación epidemiológica en que cada comunidad, localidad o país se encuentran.
Un claro ejemplo de cómo funciona la corresponsabilidad en salud está manifiesto cuando observamos que hay personas que no siguen las pautas generales referentes a las medidas preventivas para evitar los contagios (lavarse las manos, evitar tocarse ojos, nariz y boca, desinfectar superficies y mantener sana distancia, entre otras) e incluso aducen su derecho a la libertad para no hacerlo, trayendo como consecuencia que ellas o quienes están a su alrededor se contagien.
Pero seguir o no las acciones contra el COVID-19 es sólo un pequeño ejemplo de esta obligación compartida que tenemos, gobierno y ciudadanía. Mencionaba que las actuales circunstancias han dejado en evidencia, especialmente en nuestro país, el mal estado de salud de una parte importante de la población, en la que las medidas preventivas se dejan ver deficientes.
Ahora bien, partiendo de que el hecho del bienestar de la gente es una corresponsabilidad entre el Estado y sociedad, mucho pudiera referir de las obligaciones de los gobiernos; pero quiero centrarme en nosotros, pretendo que este llamado a la corresponsabilidad en salud sea reflexionado desde un ámbito individual y familiar.
Diabetes, enfermedades del corazón, cáncer, obesidad son algunas de las principales enfermedades que presenta la población en México, y no sólo se padecen, sino que son causa de mortalidad, sin embargo, todas ellas, en un importante porcentaje, son prevenibles. La prevención, definida por la OMS como las “medidas destinadas no solamente a prevenir la aparición de la enfermedad, tales como la reducción de factores de riesgo, sino también a detener su avance y atenuar sus consecuencias una vez establecida”, lleva implícito el cambio de hábitos y la adopción de conductas saludables.
Participar, participar, participar, es el llamado de la corresponsabilidad en salud a tomar conciencia de todo lo que podemos hacer desde nuestra persona y en el entorno familiar por disminuir los riesgos a la salud, por realizar acciones que contribuyen a nuestro bienestar; promoverlo con mis pares, mis seres queridos, en mi trabajo, en los ámbitos en los que me desenvuelva, para que todo ello se vea reflejado en la comunidad.
No esperemos a que llegue la enfermedad para que reconozcamos el valor de nuestra salud, como lo mencionó el escritor inglés Thomas Fuller, hagamos vida el romántico refrán “más vale prevenir que curar” y, peor aún, rehabilitar, y no por el hecho de que tenga una connotación negativa, sino que las acciones en este nivel de prevención son para paliar el riesgo de secuelas cuando las enfermedades ya están establecidas.