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Neurosexismo: cuestionando la pseudociencia de género

Por: Nora Itzel Sierra Altamirano
Estudiante de Psicología
nora.si@strategaconsultores.com

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"El problema no es la neurociencia, sino la forma en que se usa para reforzar estereotipos."

 

A lo largo de la historia, la ciencia ha buscado comprender las diferencias que existen entre hombres y mujeres desde una perspectiva biológica, pero en tiempos recientes, el avance de la neurociencia ha dado lugar a una corriente de pensamiento que, bajo la apariencia de un enfoque riguroso y científico, promueve estereotipos de género, ya que toma investigaciones sobre el cerebro y las interpreta de manera sesgada, concluyendo que las capacidades y comportamientos de las personas están determinadas por su biología, reforzando ideas sobre lo que las mujeres y los hombres "deben ser".

Este fenómeno, conocido como neurosexismo, se basa en la interpretación parcial de estudios sobre el cerebro para justificar las diferencias entre los géneros, dando como resultado lo que se conoce como neuromitos, es decir, creencias erróneas sobre el funcionamiento del cerebro.

El término "neurosexismo" fue introducido por la neurocientífica Cordelia Fine para referirse al uso inadecuado de la neurociencia para reforzar creencias tradicionales sobre los roles de género. La idea de que existen cerebros "masculinos" y "femeninos" con habilidades diferentes ha sido un argumento recurrente en estudios que pretenden explicar por qué las mujeres son más emocionales y los hombres más racionales, o por qué ellos destacan en matemáticas y ellas en comunicación. Sin embargo, la evidencia científica moderna ha refutado en gran medida estas afirmaciones, demostrando que las diferencias en el cerebro humano no están ligadas de manera determinante al género, sino a la socialización y la experiencia.

"La Sociedad como Perpetuadora del Neurosexismo"

Por mucho tiempo se ha sugerido que la misma sociocultura ha determinado, durante décadas, que las diferencias cerebrales están ligadas a la biología masculina o femenina, debido a que a través de la historia, y desde las primeras civilizaciones, se han construido roles de género y expectativas en función del sexo.

Desde que nacemos, se nos enseña lo que es "adecuado" para cada género, reforzando así diferentes habilidades y competencias para hombres y mujeres, diferenciadas, moldeando el desarrollo del cerebro y reforzando la idea de que las diferencias son innatas, cuando en realidad son aprendidas.

Esta premisa sobre el cerebro lógico masculino y emocional del femenino ha sido desmentida por numerosos estudios que muestran que el cerebro es altamente plástico, lo que quiere decir que cambia y se moldea con la experiencia. Si bien existen algunas diferencias con la influencia de las hormonas, la mayoría de los estudios muestran que no existe una estructura cerebral exclusivamente masculina o femenina, sino que la mayoría de las personas presentan una mezcla de características cerebrales compartidas entre géneros.

El neurosexismo en la sociedad ha demostrado influir psicológicamente en el refuerzo de estereotipos de género en ámbitos como la educación, donde al incentivar únicamente a las niñas a enfocarse más en temas artísticos o de habilidades sociales, las excluye de un panorama de desarrollo en disciplinas que se han creído históricamente "masculinas", como ciencias, matemáticas o ingenierías. En el ámbito laboral, esto puede llevar a que las mujeres sean subestimadas en puestos de alta demanda intelectual, como en cargos directivos, y que se les limite a roles más "cuidadores" o "administrativos". Esto puede generar desigualdades en términos de oportunidades de ascenso y en la representación de las mujeres en profesiones clave.

Para enfrentar el neurosexismo, es esencial promover una educación científica crítica y fundamentada en la evidencia. La neurociencia debe emplearse para profundizar en nuestra comprensión del cerebro humano, no en interpretaciones sesgadas que promuevan desigualdades sociales. Además, la psicología y otras disciplinas del comportamiento deben integrar una perspectiva feminista que desafíe las narrativas pseudocientíficas y fomente una visión más justa del potencial humano.

Cordelia Fine (introductora del término neurosexismo) estudió la estructura del cerebro durante su trabajo de doctorado en el Institute of Cognitive Neuroscience at University College London y publicó uno de los libros con más repercusión en 2010 bajo el título Delusions of Gender: How Our Minds, Society, and Neurosexism Create Differences. En su libro, Fine subraya que los descubrimientos neurocientíficos difundidos en revistas, periódicos, libros y otros foros de comunicación suelen hacer referencia a dos tipos de cerebros: uno masculino y otro femenino. El uso recurrente del cerebro como argumento para justificar las desigualdades entre hombres y mujeres fue, justamente, lo que motivó el trabajo de Cordelia Fine. Esta cuestión la ha llevado a afirmar con firmeza: "La idea de que las diferencias de comportamiento entre ambos sexos son innatas e inmutables no se sostiene científicamente".

Al año siguiente, Juan Castilla Plaza tradujo su obra al castellano con el nombre Cuestión de sexos. Cómo nuestra mente, la sociedad y el neurosexismo crean la diferencia, versión que también alcanzó una gran difusión.

El neurosexismo es un claro ejemplo de cómo la ciencia puede ser mal interpretada o utilizada con fines ideológicos para justificar la desigualdad de género. El cuestionar estas afirmaciones no significa negar la existencia de diferencias individuales entre las personas, sino reconocer que estas diferencias no son determinadas por el género, sino moldeadas por factores socioculturales.

Como mujeres en formación, investigadoras y miembros de la sociedad, tenemos el deber de desafiar la pseudociencia de género y promover un conocimiento fundamentado en la evidencia, libre de prejuicios que refuercen la desigualdad.