Ojalá este espacio fuera acompañado por un churrasco término medio, una buena copa de vino de Mendoza, música del irrepetible Gardel y unos alfajores capaces de endulzar la trágica vida política por la que atraviesa Argentina, una tragicomedia que parece no tener fin, en un panorama sudamericano totalmente desalentador.
Próxima a sus futuras elecciones, Argentina se ha paralizado en una huelga que pone de manifiesto la incapacidad del diálogo y la negociación política, los sindicatos disidentes han parado la máquina, desconfianza total con los mismos participantes en una palestra política ya desgastada, necesitada de cambios y urgida de logros. El tiempo se ha vuelto lento, pareciera que los penaltis sólo se cobraran a lo Antonín Panenka, con un Messi distraído y un fútbol que vive de glorias pasadas en un Diego Armando lleno de resaca; la política se encuentra en el estado del péndulo, oscilante de un lado a otro sin centrarse en lo que realmente importa: activar la economía del país y generar mejores expectativas de vida a todos los albicelestes.
Macri ha priorizado la economía de la especulación, sin lograr una producción que despegue el país, generaciones que han visto en este siglo XXI un estado de crisis constante, recesiones económicas que obligan a buscar futuro fuera de la tierra de la plata. Los peronistas han entendido el mea culpa en la decadente situación, llenos de pasado y hambrientos de futuro, no hay ideas que permitan frenar la inflación, el desempleo y la pobreza, actores principales del descontento social.
Argentina cuenta con las tasas de interés más grandes del mundo, imposible apostar por la inversión y claro síntoma de la diferenciación social, el peso cae por los suelos y aquel sueño de ver en el país una opción para el turismo financiero resulta una utopía, Cristina Kirchner fue la encargada en apagar lentamente cualquier estímulo, populismo de sangre, sudor y lágrimas en una democracia irresponsable. Argentina apostó por volver al mundo, con la frente marchita y en épocas donde impera el proteccionismo, volcada en el financiamiento a los mercados internacionales exacerbó la ya histórica vulnerabilidad de la economía… buenas medidas en malos tiempos, no se trata de buena voluntad, también hay que tener capacidad y una buena dosis de suerte, aunque a muchos no nos guste aceptarlo. Las cuentas externas sintetizan las relaciones del país con el exterior, en un mundo donde las transacciones se realizan en dólares, el flujo de divisas hacia el exterior es mucho más fuerte que los escasos ingresos que tienen lugar, una escasez de dólares que devalúa el peso argentino incapaz de nivelarse.
Ante las tensiones internacionales, no hay moneda más golpeada que el peso argentino, el mundo decidió abandonar la política de Macri como castigo a la doble insensatez de mantener en el país a una populista irresponsable como Kirchner, política que creyó poder vender al mundo un modelo referente cayendo en realidades groseras que hieren cada vez más a la inagotable modestia argentina.
El déficit fiscal requiere ajustes que no mimarán a una población enferma, los reajustes necesarios para que el Fondo Monetario Internacional abra la llave del crédito resultan poco convenientes en un periodo de elecciones, el quedabién político empeora el estado de coma, un sálvese quién pueda donde las mujeres y los niños viven las mismas consecuencias. Argentina se encuentra ante uno de los peores problemas sociales: la total falta de confianza en el mecanismo político. Para revertir rumbos inciertos, el país ha decidido aceptar los 50 mil millones de dólares del FMI, un respiro hacia la liquidez, abono para el déficit fiscal y solvencia que deberá ser bien administrada, si quieren aprovechar esta última oportunidad.
Este crédito es el equivalente al 10% del producto interno argentino, así de grande está la apuesta, una obligación innegociable hacia un equilibrio fiscal para que el 2020 haga olvidar las penas. El gradualismo llega a su fin, Buenos Aires bajará los giros a los gobiernos regionales, jugada peligrosa que coloca en riesgo el apoyo político de los gobernadores en el Senado, habrá recortes en los “gastos de la política”, es decir, en los salarios de los empleados públicos y, si se consigue la continuidad, se deberán seguir tomando medidas que agiten una sociedad que no demuestra fe en sus elegidos. Las subidas salariales de 15% pactadas a inicios de año han quedado rezagadas, una inflación que este año superará los 25 puntos y unas expectativas altas en las tasas de interés no permiten resultados a corto plazo, se debe esperar y eso es algo bastante incierto cuando desde hace años no se consuman los cambios prometidos.
Como usted debe suponer, los grandes perdedores en este paupérrimo paisaje político son los de siempre, aquellos que viven de su salario son la clase más golpeada, para variar serán los que vuelvan a poner la cara, el esfuerzo y el capital, todo ello con un preámbulo donde se les volverá a pedir constancia, confianza y voto. Toda devaluación es, ante todo, una devaluación del salario, la historia se repite calcando los guiones vividos con Eduardo Duhalde, en 2002; Axel Kicillof, en 2014, y el actual Macri; hoy se da gracias en el país por el mero hecho de tener trabajo, la producción industrial y consumo público y privado siguen en caída alimentando la desconfianza entre los inversores y otros actores de la economía, que buscan cubrirse refugiándose en el dólar, muestran la intolerancia a la paciencia deshaciéndose de activos argentinos en los mercados de acciones y bonos. Difícil panorama, algo que no ha nacido de un día para otro, hoy se pagan las consecuencias de la irresponsabilidad política, el mensaje populista y la incapacidad de dar soluciones ante situaciones que requirieron tener una mejor visión para el país.
Tenga por seguro que la crisis argentina de principio de siglo es totalmente diferente a la actual, la trampa del cambio fijo y la convertibilidad hicieron mucho daño a un país que quiso blindarse y lo logró; la dicotomía entre una tierra verdaderamente rica y una sociedad polarizada, es una mezcla peligrosa para los terrenos políticos, obliga a decir una cosa y a realizar acciones lejos de las promesas establecidas, un estado donde pedir continuidad es aún más complicado y el cambio tan demandado termina por cerrar cualquier asomo de responsabilidad nacional, en pocas palabras, no hay a quién irle y deberán elegir entre las pobres opciones en contienda.
Argentina se ha desgastado, ya no es lícito explicar los malos resultados echándole la culpa a gobiernos pasados, hoy el pueblo es autocrítico con una experiencia negativa en cada decisión democrática tomada en los últimos años, el abuso en el tributo a la exportación y la explotación desmedida de su materia prima no resultaron el camino a la estabilidad. Macri insiste en un “acuerdo de caballeros" entre el actual gabinete y los peronistas, un pacto que busca confianza para el país; este pacto no sólo no ha podido congelar precios, el indicador de JP Morgan ascendió a 854 puntos, máximo desde 2014 cuando la Corte de EUA colocó a Argentina en default selectivo en favor de los fondos buitre, un síntoma más del desplome inminente.
Argentina está “hasta las manos”, expresión local para definir el amor por la nación y la enorme cantidad de acciones por hacer, un momento en el que nada debe resultar imposible, muy difícil pero no imposible. Todo se seguirá viviendo con “Música Ligera”, con un Cerati ausente, pero siempre presente, arte y consuelo para tiempos de crisis. Si usted ha llegado hasta el final, deme la oportunidad de despedirme como los grandes: ¡gracias… TOTALES!