Fast Fashion, el concepto surgió en los 90 a sabiendas de que el tiempo es oro, la industria de la moda se percató de que cuatro temporadas limitaban su panorama, entre más rápido se fabrique una prenda, más rápido puede ser vendida.
Compañías como Zara, H&M, Forever 21, C&A, Shein, entre otras, sostienen este modelo de negocio, basado en la entrada y salida rápida de mercancía de moda al mercado. Reduciendo el tiempo en boga de los artículos, se incrementa el consumo, además, ofreciendo precios asequibles, terminan convenciendo al consumidor de que es más práctico comprar ropa en tendencia barata con una vida útil corta, que pagar un precio más alto por ropa de calidad y larga duración, la cual tiene el riesgo de pasar de novedad. A fin de cuentas, la factura del vestir a la moda, la pagamos todos.
Se conoce como “moda rápida” a la fabricación veloz a gran escala de ropa y accesorios baratos y populares. Sin embargo, esta definición excluye una ecuación muy importante: para que los productos sean modernos y de bajo costo, se necesita una producción masiva, material de baja calidad y mano de obra barata; lo que a su vez es equivalente al abuso ambiental y transgresión contra los derechos humanos. El problema se sintetiza en una oración, pero es realmente complejo.
Sabías que para hacer una camiseta de algodón se requieren 2,700 litros de agua, misma cantidad que satisfaría las necesidades de consumo de una sola persona durante 2.5 años y, no sólo eso, el 20% de las aguas residuales mundiales provienen del teñido textil, sin mencionar los pesticidas empleados o los microplásticos generados, que hasta en sangre y placenta humana se han encontrado.
La industria de la moda requiere grandes cantidades de energía. Es responsable del 10% de las emisiones globales de carbono: emite más CO2 que la aviación y el transporte marítimo combinados. Cada segundo tres toneladas de ropa son desechadas, mientras que en países en vías de desarrollo (principalmente), donde las empresas encuentran regulaciones o leyes condescendientes e incluso impunidad fiscal, los trabajadores de esta industria laboran largas jornadas con bajos salarios, la mayoría, sin derechos sindicales, en circunstancias poco salubres e inseguras.
En la última década, muchas cadenas de ropa han optado por el uso de energías limpias, materiales de origen sostenible y la eliminación de productos tóxicos en su producción. Varias de ellas motivan a sus clientes a reciclar su ropa, llevándola a sus sucursales. No obstante, los métodos de reciclaje degradan las fibras, esto significa que las telas resultantes son de alto costo y baja calidad, en su mayoría, terminan siendo desechadas y, al ser sintéticamente fabricadas, no se descomponen. Cabe recordar que ser menos malo no significa ser bueno y la retórica verde de la industria de la moda enfrenta cada vez más adversarios.
Proclamada como veneno para nuestro planeta por Ursula von der Leyen, Europa encabeza la revolución verde y ha comenzado a frenar la llamada moda rápida. La Comisión Europea anunció en marzo del presente año su plan de acción, el cual incluye nuevas reglas para hacer que casi todos los bienes físicos en el mercado de la Unión Europea sean amigables con el medio ambiente, apoyen una economía circular y a lo largo de todo su ciclo sean energéticamente eficientes.
Por otro lado, no existe un solo antagonista en esta historia. El poder social de la moda rápida radica en los consumidores, de ellos depende el mercado y, siendo directos, también el futuro de nuestro planeta. Afortunadamente, la nueva generación de compradores empieza a demandar una producción responsable y sostenible, modelos de negocios circulares y productos ecológicos.
La moda rápida está enfrentando un descenso lento, pero gradual, porque lo que ahora es cool es la transición verde. Liderada por movimientos sociales, a través de plataformas y redes sociales, cada vez más personas empiezan a intercambiar o comprar ropa seminueva; tiendas de beneficencia y de segunda mano obtienen más clientes; cada vez existen más bloggers, podcasters, youtubers e influencers hablando de slow fashion, minimalismo, armarios cápsula, reparación y alteración de prendas, y consumo local.
Este ciclo de comprar y desechar está siendo interrumpido, la cultura de consumo cambia paulatinamente y la moda se va inclinando hacia la producción de prendas hechas para durar. Es momento de tomar decisiones conscientes, del modo que los minimalistas Joshua Fields Millburn y Ryan Nicodemus expresan: Buy less, choose better (compra menos, elige mejor); finalmente, somos nosotros quienes debemos dar valor a los objetos y no al contrario.
¿Joshua Fields Millburn y Ryan Nicodemus?