“Un vaso de agua calma la sed. Un puñado de vegetales fortalece el corazón. Toma una sola cosa en lugar de manjares. Un pedazo pequeño en lugar de uno grande”. Enseñanzas de Kagemni
En los albores de la humanidad, la genética del hombre nómada tuvo que favorecer el almacenamiento de tejido graso para la supervivencia ante periodos prolongados de sequía y hambruna, pero cuando comenzó a asentarse, los cambios en la alimentación y actividad física pudieron haber dado paso al desarrollo de la obesidad, la cual es definida como una acumulación anormal o excesiva de grasa, derivada de un desequilibrio entre las calorías ingeridas y la energía utilizada, que puede ser perjudicial para la salud.
Esta enfermedad ha sido descrita como un proceso inflamatorio crónico del cuerpo, fomentando el desarrollo de otros padecimientos, como las dislipidemias (niveles elevados de colesterol y triglicéridos), diabetes, enfermedades del corazón y cerebrovasculares, presión alta; también se relaciona con trastornos del sueño, mayor probabilidad de daños articulares y un aumento en el riesgo de presentar cáncer de mama o de colon, así como de discapacidad.
Algunos de los factores para el desarrollo de la obesidad son genéticos, pero también tienen gran importancia los ambientales, el exceso de publicidad en la comida, la urbanización y la industrialización, mayor número de alimentos procesados, la falta de actividad física y el sedentarismo.
Otros factores identificados en el ámbito laboral que pueden estar relacionados con el incremento de sobrepeso y obesidad son las largas jornadas laborales sin periodos de actividad física, e incluso la alteración en el ciclo sueño y vigilia, así como la disminución de horas para dormir y la exposición a luces intensas durante este lapso.
Con datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) durante el cuarto trimestre de 2018, se identifica en nuestro país poco más de 54 millones de personas que trabajan, de las cuales un 12.6% tienen actividades en el sector primario; un 25.5%, en el sector secundario; 61.2%, en el terciario y el resto no está especificado.
Si a la población productiva de nuestro país le aplicamos la prevalencia de la Encuesta Nacional de Nutrición 2016 (ENSANUT), en donde se estima que siete de cada diez mexicanos adultos tienen exceso de peso, tendríamos alrededor de 37.8% de personas laborando que padecen este problema.
En el trabajo “Kilos de más, pesos de menos”, del año 2015, realizado por el Instituto Mexicano para la Competitividad A.C., se señala que más de una tercera parte del gasto en salud es atribuible a la diabetes –uno de los principales males asociados a la obesidad–, debido al tratamiento médico. Se estima que un diabético pierde un 3.1% de su tiempo laboral a causa de dicha afección, mientras que aquellos con alguna complicación perderían hasta un 5%.
Desde 9 hasta 25 millones de pesos pueden llegar a ser las pérdidas en ingresos por enfermedad, con un promedio de 46% de pérdida de horas laborales, impactando directamente en las finanzas de las empresas, e incluso en las de las familias, por los descuentos de faltas, o en las de los trabajadores independientes.
Por lo anterior, es una necesidad imperante que –además de atender a las políticas oficiales en materia de prevención y atención de la epidemia de la obesidad– las instituciones públicas o privadas, así como la industria, tengan programas de salud efectivos para evaluar el estado de nutrición de sus empleados, se promueva una alimentación balanceada y se realice actividad física, a fin de evitar las mermas por incapacidades, discapacidad o jubilaciones anticipadas, con que pueden cursar las personas con este grave problema de salud.