Al día de hoy no es ninguna sorpresa escuchar que los combustibles a base de hidrocarburos tienen su tiempo contado, ya fuese por el hecho de tratarse de un recurso finito, o por algo de mayor peso como el impacto ambiental. Si bien la proyección que auguraba su desaparición no parecía tener fecha de término específica, hoy sabemos que esta transición se encuentra más cerca de lo que pensábamos.
Debido al evidente progreso del calentamiento global, así como las repercusiones que ha tenido en el medio ambiente, la mayoría de los países ha tomado una postura firme para acelerar la descontinuación de fuentes de energía como la gasolina y el diésel, anunciando, de este modo, el fin de una era.
Hemos hablado en artículos pasados acerca de las estrategias de mercado que están siguiendo las industrias automotrices, las cuales dependen directamente de este producto; así como también lo hemos hecho de las estrategias geopolíticas de los países de primer mundo, que están apostando por energías alternas y renovables. Ahora, si este es el caso, nos preguntaríamos ¿cuál es el tiempo de vida que les queda y la proyección de cambio que se tiene? Actualmente, aquellos países y empresas que han comenzado esta transición estiman completar su cambio en los próximos 50 años, y si bien es un objetivo bastante agresivo, todo apunta a que puede ser alcanzable.
Otra de las preguntas que llega a nuestra mente es ¿qué implicaciones esperaríamos ver en el panorama actual? La percepción de este cambio tiene 2 sectores de impacto; el primero es de carácter ambiental, posiblemente sea el más difícil de percibir a primera instancia, ya que frenar poco a poco la emisión de hidrocarburos sólo ayudará a desacelerar el incremento de la temperatura en la atmósfera, sin embargo, es el de mayor prioridad; en cuanto al segundo, tiene carácter económico, pues como regla básica cuando la oferta y la demanda comienzan a perder el equilibrio preestablecido esto repercute directamente en el precio del producto en el mercado y, por ende, en el consumidor.
Hoy en día, el valor del petróleo ha ido en incremento en los últimos 12 meses. Sin embargo, no se puede tomar como una justificación para pensar que cualquier inversión en el sector puede ser inteligente, por el contrario, es territorio peligroso, ya que no tiene mucho futuro.
Para entender el aumento en su costo, tenemos que tomar como punto de partida la crisis de petróleo que vivimos durante el año 2020, causada parcialmente por el COVID-19, que golpeó fuertemente la demanda, así como el tardío acuerdo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) para regular la producción.
Si recordamos, el precio del petróleo se desplomó durante el primer trimestre del año pasado de valor aproximado 60 USD hasta 17 USD por barril. Lo único que ha ocurrido desde entonces es que, con el pasar de los meses y la reducción de la producción proyectada, el precio se ha ido estabilizando, cerrando el segundo trimestre del año en curso con un valor ligeramente mayor a los 70 USD / barril.
Esto genera diferentes tipos de especulaciones, como la clase de estrategias que seguirán lo países proveedores de petróleo para sobrellevar la transición, así como su plan de producción / venta para minimizar las pérdidas que pudiesen llegar a tener.
Cosas como estas nos invitan a reflexionar si estamos listos para el cambio y sobre decisiones y estrategias de nuestro gobierno para sobrellevarlo.
Por lo pronto, no nos queda más que esperar que todos estos movimientos encuentren un equilibrio y que la ambición económica no sobrepase el bienestar ambiental, esperando que se pueda revertir el daño ya hecho a nuestro planeta.