¿Alguna vez te has preguntado cómo es que algunos objetos pequeños pueden cumplir con acciones sorprendentes? ¿O cómo complejos tan grandes dependen de componentes que parecerían insignificantes para un ojo convencional?
Las baterías comunes son uno de los inventos de mayor uso actualmente. Su funcionamiento se basa en un proceso electroquímico, en el cual, una reacción produce electrones en una cantidad determinada al ser conectadas a un dispositivo con la polaridad correcta (porque a todos nos ha pasado alguna vez que colocamos una pila al revés sin obtener resultados), los electrones fluyen desde el electrodo negativo hacia el positivo generando energía que suministra algún mecanismo. El concepto de flujo de electrones es lo que explica el por qué cuando una batería se encuentra desconectada no sufre desgaste.
A diferencia de las baterías normales, las que tienen la característica de ser recargables requieren una diferencia de potencial de flujo (trabajo que necesita una carga positiva para moverse), el cual se invierte durante la descarga, permitiendo así recuperar su energía.
Una vez entendido el funcionamiento de estos dispositivos y la frecuencia de su uso cotidiano (ya que existimos quienes no deseamos pararnos a cambiar el canal en nuestro televisor) podemos notar el gran impacto que tienen en nuestra vida práctica, el cual, sin embargo repercute de una manera bastante significativa en el medio ambiente.
En México un hogar promedio consume aproximadamente 21 pilas por año, dando como resultado la utilización de más de 180 millones de baterías a nivel nacional, y en países como Reino Unido o Estados Unidos se desecha un aproximado de 600 a 2900 millones de pilas anualmente, por lo que el impacto ambiental debe preocuparnos.
Al existir distintos tipos de baterías, como por ejemplo las salinas, alcalinas, de botón, litio, Niquel-Cadmio, etc., también existen diferentes repercusiones con su utilización. Una pila de botón contamina hasta 2 millones de litros de agua, cantidad total que consumen 12 personas a lo largo de toda su vida. Además los residuos que contienen, como Plomo, Mercurio y Níquel-Cadmio (las de uso común), tienen efectos tóxicos tanto en la salud como en el medio ambiente. Con estos datos entendemos el por qué vemos de manera constante garrafones repletos de pilas para su reciclaje y/o desecho seguro.
Afortunadamente el ser humano tiene la gran cualidad de buscar distintas alternativas para solucionar problemas, y con el fin de no continuar “satanizando” el invento del buen Alessandro Volta, encontramos otro tipo de propuestas vanguardistas que buscan un rendimiento equiparable al de las baterías convencionales, con un costo menor y sin daño ecológico. Algunas ya se encuentran en comercialización y otras en su fase de desarrollo.
Entre éstas se encuentran pilas que funcionan con distintas fuentes de energía, como las que utilizan Algas, que tienen un tiempo de recarga de segundos y una eficiencia 200 veces mayor a las baterías convencionales (según los datos proporcionados por sus desarrolladores). Otro ejemplo son las de Alcohol, que han demostrado hacer funcionar correctamente un ‘smarthphone’ (que comúnmente utiliza baterías de litio) y que al igual que las de algas, se recargan en segundos.
Incluso hay baterías de azúcar, las cuales basan su funcionamiento en el uso de almidón, descomponiéndolo en una sustancia llamada maltodextrina por acción de enzimas, donde el proceso libera una cantidad considerable de electrones. Dichas pilas son biodegradables y amigables con el medio ambiente.
Mientras este campo crece y esperando que con la aplicación de estas baterías en dispositivos y utensilios electrónicos disminuya nuestro cargo de conciencia, también podemos colaborar siguiendo estas recomendaciones: 1. Ingresarlas en depósitos adecuados 2. Preferir el uso de baterías recargables 3. Promover productos que funcionen con energía solar o directamente conectados a las corrientes.
Referencias bibliográficas: