Entre mascarilla, aerosol, gel, filas militares, termómetro y caras de horror, la odisea de realizar una compra en el supermercado se ha convertido en un ejercicio de distancia y paciencia. Lista en mano o como prueba de memoria, el paseo para la adquisición de provisiones se acelera ante una pandemia que merma cada vez más una economía llena de parches, trucos de magia para la llegada innegociable a fin de mes.
El catálogo de opciones se mantiene para todos los gustos, supermercados petite o grandes superficies, maquillan ofertas capaces de aumentar el gasto en la forzada visita, descarados intentos para vender más y entender que en la lucha del consumo se vale casi todo, tiempos de crisis y revaloración de necesidades ante un encierro que mina los suministros que fueron comprados para durar más de lo planeado.
Lo cierto es que los supermercados no han cambiado mucho en las últimas décadas, en términos de omnicanalidad es uno de los sectores que más tarde llegó a ella, si es que alguna vez llegó en su totalidad… tras este impacto mental, hoy debemos contemplar supermercados distintos, más allá del cambio de formatos, tecnología y el surtido adaptado a nuevos hábitos en tiendas de autoservicio rebautizadas como tiendas de conveniencia. Semiautomatización con horarios extendidos para permitir el acceso de una persona por familia son una mala praxis para un merchandising necesitado de antojos, el premio en el ahorro se difumina cada vez que la apuesta para acertar la cuenta final queda abajo de la realidad, pocas cosas para un cobro que visita a visita reafirma el incremento de precios asimétricos a la nómina.
La combinación entre la compra en piso de venta, el eCommerce y su envío a domicilio ha planteado nuevos desafíos, los retailers rediseñan sus ventas ampliando su catálogo de opciones generando competencias de mercado no contempladas. El ecosistema empresarial se ha vuelto un 24 / 7 surtido de nuevas opciones, precios “competitivos” para caer en una capacidad de adaptación al entorno como estrategia reactiva. Hacer frente a estos recelos obliga a rediseñar metas con packagings más voluminosos, colores y formas que llamen la atención, aunque el osito Bimbo ya no pueda estar en el mapa, un fomento a la elección rápida en la que el consumidor quiere estar menos tiempo ante el lineal, un must que obliga al producto a sobresalir, publicidad y diseño para un precio mayor por el destaque.
Guarde este término: ¡SAFE MARKETING! Una necesidad para aplicar nuevas técnicas que garanticen la experiencia en un punto de venta seguro, la reafirmación para una compra emocional que no ha desaparecido y quiere vivir nuevas emociones. Las salidas se han limitado y sería pecado no contemplar las compras de rigor como oportunidades de diversión y esparcimiento, el gustazo de llenar el carrito en un tiempo libre fuera de la rutina pandémica.
El Safe Marketing negocia la automatización de procesos, una reducción de plantillas laborales para la atención al público, un supermarket cada vez más consolidado en el autoservicio con capacidad de elección, pero sin el touch que representaba palpar, compra a la vista entre artículos que compiten para su diferenciación. Varias consultoras a principios de los años 2000 aventuraron que el grocery online sería el futuro, tras la pandemia es una realidad, desde los roles de los empleados, los planogramas, el surtido y las campañas envolventes. En los próximos años muchas tiendas se convertirán en dark stores capaces de atender pedidos en línea, revaloración de experiencias y necesidades llevadas a su máxima expresión.
A pesar de toda esta virtualización, estoy convencido de que la gente quiere observar y elegir el chuletón o la lubina que va a comprar… una lata de atún es una lata de atún, un atún fresco es otra cosa. Pensándolo bien, el online siempre tendrá complicado superar la experiencia, incluso en los tiempos pos-COVID-19… Querido lector, le hablan en servicio al cliente, ¡no olvide regresar!