¿Cuánto tiempo tuvo que pasar para que la tecnología se volviera algo ubicuo en nuestras vidas? Para muchos expertos, todo lo que tuvo que pasar fue un cambio generacional con la entrada de los millennials al panorama económico del mundo.
Y es que, en el siglo pasado, la tendencia del adulto promedio era poseer bienes ya fueran propiedades, de consumo o equipo. Lo anterior, tomando en cuenta que durante el siglo XX la producción y manufactura era costosa y limitada, lo que significaba que todo era más caro de lo que es en la actualidad.
La llegada de los millennials ha traído consigo una tendencia por “poseer menos” y una preocupación menor por el patrimonio y los bienes materiales. Dicha tendencia a su vez ha sido una consecuencia de la popularidad en el arribo de lo que se llama “economía compartida”.
Es importante entonces entender que hablar de la economía compartida es hablar de cómo la tecnología ha modificado la forma en que el consumidor invierte su dinero, por tanto, es un tema que importa especialmente a todos los que consumimos tecnología y emprendemos negocios e ideas en el mercado actual.
Revisando las redes sociales, podemos ver que los jóvenes adultos de entre 25 y 35 años, ven como símbolo de estatus viajar en vehículos que no son los suyos, rentar departamentos en zonas privilegiadas y viajar utilizando otros medios fuera de los convencionales que usaban los ahora desplazados adultos de la generación X.
Ejemplos prácticos
Uber, Airbnb y Blablacar serían ejemplos claros para entender el impacto de la economía compartida.
Supongamos que tenemos un viaje de vacaciones a algún pueblo mágico como San Miguel de Allende en fin de semana. La rutina tradicional nos dicta que cargamos el auto de gasolina, hacemos el viaje en carretera para llegar a un hotel con previa reservación, ahí tomamos un taxi para dirigirnos al centro y disfrutar los destinos que ofrece el lugar donde decidimos vacacionar.
Para aquellos que ya han viajado, saben que es una empresa que representa un gasto importante; entre gasolina, casetas, hotel, taxis y comida se puede ir una suma considerable de dinero. ¿Pero qué pasa cuando usamos servicios de tecnología en línea?
Retomando el ejemplo del viaje a San Miguel de Allende podríamos prescindir de nuestro propio vehículo optando por la renta de un servicio como Blablacar, el cual se dedica a compartir automóviles entre usuarios que ofrecen sus asientos libres a cambio de dividir los costos del trayecto a un destino en común. Luego, en lugar de reservar habitación en un costoso hotel decidimos rentar una habitación (o casa) a un particular por medio del servicio Airbnb, mismos que muchas veces ofrecen experiencias distintas al ya tradicional cuarto de hotel.
En nuestra visita por el pueblo mágico decidimos trasladarnos por medio de Uber en lugar de taxis, mismo que nos podría representar otro ahorro económico frente a las tarifas tradicionales.
Cada uno de los servicios que describo en el ejemplo forma parte de la llamada economía compartida.
La verdad de las cosas es que la economía compartida ha llenado agujeros donde antes existían monopolios. Los grandes servicios hoteleros ahora compiten contra particulares que utilizan sus celulares para ofrecer habitaciones o casas completas a los turistas que visitan grandes y pequeñas ciudades, muchas veces con precios marcadamente menores y con el beneficio agregado de que sus propios usuarios pueden escribir reseñas y calificaciones sobre sus instalaciones, lo que le da mayor seguridad a otros usuarios de contratar los servicios del particular.
Los taxistas llevan años “en guerra” con el servicio Uber, que les ha quitado parte de su mercado con tarifas que en ocasiones son más económicas y con servicios que se basan casi totalmente en la confianza e intercambio de opiniones entre usuarios y conductores por medio de su sistema de calificaciones en estrellas y números.
Y Blablacar y los servicios de renta de vehículos apenas están despegando, pero en ciudades como Cuernavaca y Querétaro están revolucionando la forma en que los profesionistas viajan a las grandes ciudades o clústers industriales todos los días para hacer su trabajo.
Los verdaderos colores de los empresarios
La economía compartida ha cambiado la forma en que vemos y gastamos en servicios y bienes, como lo mencionaba al inicio de este artículo. Sin embargo, también ha tenido un impacto negativo en los modelos de negocios tradicionales.
Las cadenas de hoteles y de transporte público tenían una sana simbiosis con los gobiernos que regulaban sus actividades; ahora estas relaciones se han tornado amargas y llenas de conflictos con la llegada de plataformas digitales que están exentas de los impuestos y reglas que la burocracia impone a sus contrapartes.
En muchos casos, la libertad de actuar fuera de los límites que definen los gobiernos en el mundo ha permitido que se abaraten los costos de los servicios, pero al mismo tiempo ha arruinado el equilibrio que muchos modelos económicos tenían. En ocasiones esto ha significado la quiebra de empresas y, en otros casos más radicales, el choque violento entre competidores, como son los taxistas con Uber.
El otro lado de la economía compartida
Con la llegada de estos servicios también existen consecuencias que actualmente no suponen una amenza pero que en unas décadas lo serán. Cuando pensamos en la llegada de todos estos servicios de renta de bienes, muchas veces pasamos por alto un tema crítico para los millennials y es el futuro de los trabajadores.
Porque, aunque es cierto que muchos taxistas y hoteleros trabajan para patrones e inversionistas, recibiendo sueldos que muchas veces no son los mismos que los de alguien que trabaja para sí mismo, también es cierto que la mayoría de estos trabajadores cuentan con prestaciones como seguro médico, cuenta de ahorro, vacaciones pagadas y fondo de retiro, prestaciones que la ley se encarga de vigilar y garantizar.
En el caso de los trabajadores en la economía compartida no existe tal garantía, la mayoría de las tecnologías ven a sus trabajadores como “contratistas independientes”, una palabra que desafortunadamente cobra más fuerza con el paso de los años y donde no existe ningún tipo de prestación para sus empleados.
Actualmente es difícil medir el impacto de estas tecnologías porque la mayoría de los millennials están lejos de jubilarse o sufrir padecimientos degenerativos. Pero en unos años, podría generarse una crisis importante en el futuro de una generación que no ahorró para su salud, su retiro y mucho menos para su patrimonio.
El futuro no se detendrá. Aunque los que justo ahora son adolescentes (nacidos después del año 2000) vienen con una cultura de consumo, minimalista, lo que significa que entre más efímeros sean sus bienes y servicios mejor, la tendencia ya la vemos en cómo se entretienen “los nativos”, haciendo populares plataformas como Snapchat tan solo para abandonarlas a los pocos meses en cifras de millones.
La economía compartida garantizará el boom de los startups tecnológicos en tiempo récord y la consolidación de nuevos imperios que se sostendrán primariamente de la tecnología que consumimos, pero el riesgo latente con la generación que todavía “no llega al poder” es que, así como pueden crear booms de mercado en tiempo récord, con la misma velocidad los destruirán. Será difícil ser un emprendedor en el 2030.
Pero en el futuro es importante contemplar como espectadores el cambio que está teniendo nuestro planeta gracias a algo que la mayoría cargamos en nuestros bolsillos todos los días: nuestros teléfonos celulares.