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El antídoto del absolutismo: los pesos y contrapesos mexicanos

Por: MDC. Daniela Paz Aguirre
Maestra en Derecho Constitucional y Derechos Humanos, por la Universidad Panamericana de México
dannypaz2107@gmail.com

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El 2 de julio marcó un hito en la vida democrática de nuestro país. México se tiñó de guinda con el avasallador triunfo de Morena, el cual es relevante por varias causas: es la primera vez que un partido de nueva creación –fundado hace apenas cuatro años– logró no solo ganar la Presidencia de la República, sino también las gubernaturas, las alcaldías y la mayoría en el Congreso de la Unión; fue un reflejo de una democracia que puede gustar o no, pero, sin lugar a dudas, representó un parámetro contundente de la voluntad ciudadana; por otra parte, es también la primera vez que un gobierno abiertamente de izquierda llega a la Presidencia.

Pero algo tiene inquietos a muchos: el absolutismo. No es que no se haya experimentado, durante décadas el partido hegemónico del país tenía un absolutismo tal que llegaba hasta el Poder Legislativo y Judicial. Durante 70 años, se vivió un presidencialismo omnipotente, intocable y que alcanzaba hasta las células más pequeñas del sistema.

Sin embargo, como todo orden, materia y pensamiento es impermanente, la figura presidencial se ha ido deteriorando y la omnipotencia se ha diluido con los años y el despertar ciudadano, el cual no es que se haya dado gracias a una epifanía reciente; ya Rosseau hablaba, en su obra El contrato social, en contra del absolutismo y Montesquieu brindaba una extensa teoría de la división de poderes.

Existe una tendencia natural en el ejercicio del poder y esa es: abusar de él. Para evitarlo, es necesario y obligatorio enfrentarlo con el poder mismo. ¿Cómo? A través del sistema de pesos y contrapesos a los que hace referencia Montesquieu en El espíritu de las leyes.

En dicha obra, el Barón partía de una premisa inviolable: los poderes no podían permanecer en las manos de una sola persona, debía existir una marcada separación para equilibrar y contrarrestar a los demás; así, el absolutismo y la tiranía –en este caso– del Rey podían ser controladas por el pueblo y la aristocracia, mediante las cámaras de los lores y los comunes.

No debe olvidarse que si, bien, nuestro sistema jurídico está basado primordialmente en el sistema romano y francés, también debe tenerse presente que al ser una república democrática, representativa y federal, la forma de gobierno comparte similitudes con los gobiernos anglosajones, de ahí la importancia de citar en el presente artículo a dicho pensador y filósofo, quien tenía una fascinación con la forma de gobierno instalada en Inglaterra, lo que no sería extraño, pues la Francia de Montesquieu tenía una monarquía absolutista.

La innegable influencia inglesa en nuestro país y el resto de Latinoamérica se hace presente con las formas de gobierno, probablemente no con el mismo éxito que en países anglosajones, pero con pasos que, poco a poco, abren brecha a una democracia más robusta.

Por último, debe entenderse que la democracia es un ejercicio más profundo que el solo “sufragio efectivo”; es también la división de poderes y el equilibrio que debe existir entre ellos por medio de los pesos y contrapesos, y el respeto entre el Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Mantener dicha armonía no depende únicamente de los ciudadanos, quienes a través de las herramientas otorgadas por la misma Constitución pueden hacerla valer, sino de los principios y valores brindados a los representantes.

Pero, para seguridad de todos los mexicanos, no hay que olvidar que la Constitución se cuida, se vigila y se regula a ella misma; el sistema de pesos y contrapesos es pilar intrínseco a la Constitución y la Constitución a la vida de la Nación, es necesario ser vigilantes incansables del respeto y el apego a la división de poderes para nunca más repetir la historia.