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El lado progre de Isabel II

Por: MDC. Daniela Paz Aguirre
Maestra en Derecho Constitucional y Derechos Humanos, por la Universidad Panamericana de México
dannypaz2107@gmail.com

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De Simone de Beauvoir a Michelle Obama, de Juana de Arco a Oprah Winfrey, el camino de los retratos del feminismo a lo largo de la historia ha sido escogido por su aportación a la defensa de la equidad de género, pero también por el “halo” de lucha y rebeldía que muestran en la vida diaria. Desde los pequeños guiños enviados a través de la moda hasta las decisiones verdaderamente trascendentales y revolucionarias, hay una especie de actitud que atrae y coloca a muchas mujeres en la categoría de ícono.

Pero el personaje toral de este artículo no es precisamente dueña de la actitud rebelde, desenfada y disruptiva que tanto admiramos en el feminismo, por el contrario, ha sido acusada de prolongar el arcaico statu quo con el que fue educada y de mantenerse “tibia” a la hora de mostrar su postura ante los temas de interés de la sociedad, sin embargo, su paso por la historia y sus más de 70 años en el trono, hacen de Isabel II, Reina de Inglaterra, una mujer que se ha ganado un lugar especial en los anales de la historia y a la que pondría en la categoría de figura del feminismo.

Reina por azar, Elizabeth Alexandra Mary –actual monarca– no estaba en línea de sucesión, su ascensión al trono ocurre cuando su padre, el Rey Jorge VI, muere a causa de una avanzada adicción al tabaco y es entonces, en el año 1952, con apenas 25 años, que empieza el largo viaje en el ojo público del que es –probablemente– el rostro más fotografiado en la historia.

Incluir a Isabel II como un ejemplo de feminismo por el simple hecho de ser reina y ser mujer parece una contradicción obvia a la lucha, mucho más si consideramos que es la representación de una estructura no muy acorde a los ideales de los tiempos modernos. Sin embargo, considero que la situación debe juzgarse en su debida dimensión. Es decir, ser mujer y reina parece una combinación privilegiada y nada revolucionaria, pero, si consideramos que es la misma monarquía la que prohibió a la mujer ostentar la corona y esperar el nacimiento de un varón, el hecho de ser la Reina de Gran Bretaña por sucesión natural y no un hombre es, en sí mismo, un hecho revolucionario e inspirador.

La Reina Isabel II ha sido una monarca que ha visto pasar a distintos primeros ministros del Reino Unido, de Winston Churchill a Boris Johnson, pasando por la “dama de hierro”, Margaret Thatcher, y su nada predilecto Tony Blair. Ha visto desfilar a 14 distintos presidentes americanos (sus aliados perpetuos), John F. Kennedy, Obama, los Clinton, Trump y Biden, entre otros. Las distintas biografías de la Reina cuentan la relación incluso paternal que tenía con el veterano Churchill, que, si bien es cierto comenzó trastabillante, terminó en un profundo respeto de este a la joven Isabel, demostrando así que ha sabido adaptarse a los cambios impuestos por las circunstancias adversas. Y esto no es parte del privilegio de la corona, es más bien la habilidad de una mujer que ha sabido asumir su rol sin perder su calidad de reina, después de todo, ha habido distintas monarcas, pero ninguna se ha mantenido 70 años en el trono y ha conseguido el 83% de aceptación de la población británica.

Aceptación, por cierto, que, de acuerdo con las últimas encuestas de rutina, la colocan como el miembro de la familia real con mayor simpatía entre la comunidad, por encima, incluso, de su nieto el príncipe William. La duda permanente de si Isabel II es de facto la Corona, se escucha constantemente entre la comunidad internacional. ¿Permanecerá en pie la monarquía inglesa a la muerte de la Reina? El tiempo lo dirá, pero de lo que no hay duda es que Lilibeth, como cariñosamente le llamaba su padre, es el último gran bastión de la casa Windsor.

La figura de la Reina se ha desdeñado por ser poco realista y aspiracional, pues es un poder que viene del privilegio, es cierto. Sin embargo, me parece fuerte simplemente eliminarla de la lista de mujeres “inspiracionales” de la historia, cuando ha sido una mujer que comenzó siendo igual a cualquier otra, destinada a cumplir roles femeninos impuestos por la sociedad, pero con un ingrediente extra: la obligatoriedad de ser reina antes de cualquier otra cosa.  Es su condición la daga y el escudo de la percepción con la que se le mira.

¿Es entonces un ícono feminista? Se desconoce incluso su posición frente a la discusión del feminismo, como hacia muchos otros tópicos, no obstante, resulta innegable la rectitud y la gallardía que ha demostrado en distintos momentos que podrían colocar a la mujer detrás de la corona como un estandarte del feminismo.