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Las cuentas y los cuentos de la Independencia: Cataluña

Por: DA. Javier Rueda Castrillón
Analista económico en diferentes medios; autor de artículos sobre política y economía
jruedac@me.com

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El 17 de agosto de 2017 Barcelona quedaba conmocionada por un atentado terrorista que mostraba al mundo, de la manera más inhumana y atroz, lo cruel que puede llegar a ser el extremismo en las ideas… Quizá muchos no se llegaron a dar cuenta, pero aquel suceso significaba, ante los medios españoles e internacionales, una ocasión de oro para mostrar una vez más signos separatistas de la comunidad catalana; el ya expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, declaraba en catalán rehuyendo descaradamente pronunciar la palabra “España”, ante los ojos atónitos de todos los que no lo pensábamos capaz de llevar este asunto a los intereses que hoy son noticia mundial.

Ha llovido desde entonces, tanto que a algunos les ha caído la tormenta sobre mojado, desbaratando los planes que en su día se presumieron como el gran ideal y que han quedado rotos ante un artículo, el ya afamado “155”, que dicta la falta de diálogo y ubica a cada uno en su lugar, justo o no, pero sin réplica.

Permítame hacer un balance de los hechos, empezando desde aquel Barcelona 92, las mejores Olimpiadas en la historia, que colocaron a Cataluña en el ojo del huracán. Mucho se habló en aquel entonces de la sonora pitada al Rey Juan Carlos I en la inauguración del Estadi Olímpic, la presencia de esteladas durante el recorrido de la antorcha fueron tema de debate e indignación española al entender aquellos juegos como un logro nacional, ya que costaron y fueron pagadas por las diferentes comunidades autonómicas, un ejercicio nacional a favor de España.

Con el objetivo de eliminar la organización armada Terra Lliure y bajo el pretexto de evitar un atentado durante los Juegos, se detuvo a integrantes de esta organización y se aprovechó el momento para el arresto de más personas vinculadas al entonces llamado independentismo combativo, Moviment per la Defensa de la Terra o los Comités en Defensa dels Patriotes Catalans tenían sus días contados. La operación marcaba unos objetivos más amplios, desarticular el movimiento independentista, la disidencia en Cataluña, algo que pasados los hechos nos queda claro que no se consiguió.

Lo que en su día se consideró un independentismo minoritario, 25 años después se ha convertido en un movimiento transversal que incorpora a múltiples y diferentes sectores sociales, una lucha vigente y que se aferra a un ideal bajo la reclamación soberanista, contar con el legítimo derecho a decidir, decir si son o no parte de España, si deben ser considerados un país. Nos encontramos con un movimiento social y una nueva hegemonía en Cataluña, ajenos a aquello que significó una amenaza social al declararse de carácter pacífico y democrático, excluidos del panorama político nacional con una Constitución que, como si fuera parte de los diez mandamientos, no se puede poner en tela de juicio.

Lo que pasó en aquellas olimpiadas continuó con el paso de los años; pactos políticos que permitieron alianzas para un gobierno nacional, dotaron a Cataluña de un esquema preferencial con ventajas económicas, políticas y sociales que tuvieron lugar con el favor de poder llegar a una presidencia que hacía la vista gorda cuando se trataba de hablar de estas prioridades; hoy se pagan las consecuencias en un estado cuyo crecimiento y fortaleza se forjó con el trabajo propio y el recurso de todos, no hay que olvidarlo.

En este ejercicio histórico no podía faltar la plataforma promocional por excelencia, el futbol representaba desde aquellos ayeres un escaparate donde el Fc. Barcelona promovía de manera abierta sus ideas separatistas, algo poco ético y denunciado por el guía espiritual del club azulgrana. Johan Cruyff dejaba muy clara en sus memorias su oposición a la politización del club, algo que llegó a su máxima locura cuándo decidió jugar a puerta cerrada como muestra de apoyo a un Referéndum político, malas decisiones con personajes que defienden aún la camiseta del seleccionado español.

Pero centrémonos en los hechos, en la viabilidad de los procesos y en su repercusión, a fin de cuentas cada quién puede pensar lo que quiera, siempre y cuando esté fundamentado y guarde el respeto ajeno; qué buena frase para preservar la paz que tanto se necesita.

La economía juega un papel clave en el proceso independentista catalán, al ser uno de los principales argumentos que esgrime el sector soberanista a la hora de defender la secesión; hay que reconocer que Cataluña aporta a las arcas españolas más de lo que recibe a cambio, gracias a un pasado donde se acusan mutuamente de pintar escenarios irreales manipulando encuestas.

En el ambiente geopolítico europeo, Cataluña se ha quedado sola al no contar con el apoyo de los principales países signatarios, con una Alemania llena de nacionalismos, Francia que ve en la Bretaña un apoyo a la separación y una Italia dónde la liga norte cobra poder. La Unión Europea ha advertido a Cataluña la necesidad de solicitar su ingreso y cumplir las condiciones rigurosas que ésta exige, un proceso que demora años y que no se dará jamás, puede creerlo. Abandonar el bloque eliminaría la ventaja de tener acceso a este mercado donde las personas y los bienes no requieren de visados o tasas aduaneras. No pertenecer al club europeo supone la pérdida de programas por más de 1.521 millones de euros en ayudas de los Fondos Estructurales y de Inversión para el periodo 2014-2020.

Esta incertidumbre ha provocado una fuga empresarial y de capitales que a la fecha parece no tener fin, un éxodo que pone en tela de juicio la posibilidad de una autonomía financiera, la exclusión del euro obligaría a la reestructuración de la moneda y por consiguiente a la pérdida de garantías por parte del Banco Central. Por si esto fuera poco, hoy los productos catalanes son castigados en el mercado español, un boicot que remite pérdidas y cierres de empresas ante el enojo de los que exigen no hacer negocio con los separatistas. Según los datos del Colegio de Registradores de España, durante los 19 días posteriores al referéndum del 1 de octubre, cerca de mil empresas retiraron su sede social de Cataluña. Imagínese usted la caída del PIB catalán y los años que deberán pasar para poder nivelar semejante tragedia.

Mientras tanto, la parte separatista está convencida de apostar por las nuevas empresas catalanas, las que son ejemplo de emprendurismo y que presumen a Barcelona por pertenecer a las ciudades élite de las startups, no solo como unidades de negocio, sino como líderes nacionales en el registro de patentes.

Otro punto de presión turna en la posibilidad de operar infraestructura clave para el desarrollo económico de la región. El puerto más importante del Mediterráneo, con 22 kilómetros de muelles y amarres, hace de Barcelona un lugar clave en el tránsito comercial y turístico. A pocos kilómetros, en Tarragona, se consolida la mayor red de la industria química del país y por supuesto no hay que olvidar la carta grande, el 40% de la energía nacional es producida en las seis centrales nucleares de la región. Evidentemente, la apuesta es alta y hay cartas para jugarla.

El votarem no pudo salir peor, para los dos lados, con un gobierno español violento y exhibido ante los pacifistas demócratas en pro del referéndum y un desafío independentista que se ha quedado sin rumbo. España vive como estado democrático su peor crisis; Cataluña no se queda atrás, expectante ante la cobardía de Puigdemont que deja abandonados a sus seguidores en un intento de ver los toros desde Bruselas, mostrando un discurso de nacionalismo irredentista, supremacista, algo más que identificable con los desastres del siglo XX del nacionalismo, ¿cómo reclama usted que eso es del siglo XXI?

Querido lector, perdone mi apasionamiento… mi origen madrileño y mi declarada afición culé (menuda combinación más peligrosa) me obliga a quedarme con el recuerdo de un José Tomas reapareciendo en la Monumental Plaza de Toros de Barcelona, la mezcla perfecta para un mexicanizado SÍ SE PUEDE, ¡pero todo con orden, mucho orden!